jueves, 20 de septiembre de 2018

LA SIGNIFICACIÓN SEGÚN EL MÉTODO VINCULAR


Rubén Rojas Breu

 Significación según el Método Vincular
Signo, significante y significado


La significación

Según el diccionario de la Real Academia Española “significación es la acción y efecto de significar o significarse”.  Respecto de lo que más adelante desarrollaremos, el definir a la significación como “la acción…” es de sumo interés.
Siempre según la misma fuente, “significar” tiene estas acepciones:

  • Dicho de una cosa: ser, por naturaleza, imitación o convenio, representación, indicio o signo de otra cosa distinta.
  • Hacer saber, declarar, manifestar algo.
  • Dicho de una unidad lingüística: expresar o representar un concepto.
  • Representar, valer, tener importancia
  • Hacerse notar o distinguirse por alguna cualidad o circunstancia.


Todas estas acepciones serán un apoyo para lo que desplegaremos. Cabe insistir en que la significación es considerada una acción por parte de la RAE.

Así como los peces viven en el agua, los humanos nadamos en un océano de signos. Siempre entre los objetos de cualquier índole conque nos vinculamos y nosotros se “interponen” los signos. Dicho de otro modo, estamos inmersos en una constelación de signos.
Otra manera de expresar lo antedicho es que lo real se nos da a través de los signos, los cuales constituyen la materia de la que se ocupan las Ciencias de lo Humano y, por otro lado, históricamente, la filosofía. Más allá de que la semiología, la lingüística o la comunicación tengan por especificidad ocuparse, con abordajes diferenciados, de los signos, lo cierto es que éstos son también la plataforma de la antropología, la sociología, la política, la psicología, el psicoanálisis y la economía.
Los signos circulan a través de las más diversas expresiones: la lengua y el habla, las imágenes y lo icónico, lo paraverbal, los medios a través de los cuales interactuamos, la totalidad de los símbolos de que se ocupan las ciencias y las artes, los rituales, los sueños, etc.
Los signos conforman sistemas y sólo son interpretados en el seno de los mismos: no hay signo per se sino en el marco de un conjunto de alguna manera organizado. Cada signo particular es reconocido, decodificado, según su lugar en el conjunto orgánico de los signos.
Una sonrisa es decodificada como tal con el sentido que se le atribuya en el contexto del amplio espectro de los gestos. Lo que contradice a la sonrisa es la no sonrisa: el conjunto “no sonrisa” incluye diversos contrarios tales como el llanto, el rictus, el silencio, el mohín, la mueca, la caricia, la actitud adusta, etc. Usamos la expresión “contrarios” según la lógica, de modo tal que dicha expresión incluye gestos que puedan ser compatibles con la sonrisa, como el mohín o la caricia.
Si pasamos a la lengua, cada palabra, o más apropiadamente, cada monema, tiene sentido en el contexto de toda la lengua: “león” tiene pleno sentido en tanto existe una amplia variedad de especies animales, por lo cual la mención de tal mamífero se interpreta acabadamente porque el sistema incluye a la totalidad de las denominaciones de los mamíferos conocidos y, aún más, de las de toda la zoología y podríamos extender hasta cubrir finalmente toda la lengua.
Se hace aún más claro el sistema y, por lo tanto cómo el signo porta sentido en un contexto, si tenemos en cuenta que “león” es tanto el nombre de un ejemplar de la especie como el genérico al que pertenece. Así, podemos referirnos tanto a ese león particular que estamos viendo en cautiverio o en su ambiente natural como a la especie misma cuando discurrimos sobre qué es un león, cómo se comporta, etc. Pero todavía más: León es también un nombre propio y deducimos su sentido según el contexto (lo que enmarca al texto) distinguiendo entre el significado de “Este León es una buena persona” y el de “ese león rugió atronadoramente”. 
Igualmente sucede con la sonrisa: según cuál sea el contexto, el “texto” sonrisa puede ser interpretado como un gesto amable, como un acto de reconocimiento o agradecimiento, como seducción, como expresión de placer, como invitación, etc. A su vez, la sonrisa, según las etapas evolutivas adquiere valores distintos: compárese la de los bebés con la del adulto que busca seducir.

Ahora bien, con lo antedicho no estamos diciendo nada nuevo; más aún, si nos quedamos dentro de sus márgenes podemos incurrir en que una vez más “lo ya sabido” nos clausure el camino hacia lo que debemos conocer.
Los signos no están simplemente ahí ni tampoco permanecen congelados en el tiempo y en el espacio.

Los signos son la resultante de un complejo operacional: la significación.

La significación es el conjunto de operaciones por medio de los cuales los humanos otorgamos sentido a la totalidad de objetos con los que interactuamos, totalidad que incluye la naturaleza, las organizaciones humanas y sus producciones, los grupos y las personas, las creencias, religiones e ideologías, los actores, sectores y factores, etc.
Ese sentido se formaliza según el concepto de signo que, desde Saussure hasta acá, es la relación entre significantes y significados. Como cada signo se entiende en el marco de un sistema de signos, hablamos, entonces, de múltiples relaciones entre múltiples significantes y múltiples significados.
Tomemos un ejemplo al azar: la lluvia para el humano es un signo que, en principio, forma parte del sistema de signos que hacen a la meteorología. En el contexto de ese sistema la lluvia puede ser significada como trastorno tanto como favorecedora de la provisión de agua para cultivos, consumo de animales y humanos, puede ser significada como una señal de los dioses así como un dato que facilita o entorpece actividades laborales, bélicas o de cualquier índole y así sucesivamente. El contradictorio de la lluvia, la no lluvia, abarca contrarios tales como lo soleado, lo nublado, la neblina, la nevada, el viento, el escampe, y, extendiéndonos aún más, la sequía. Cada cultura particular, cada época, cada organización, cada grupo, cada persona puede otorgarle, en un espacio-tiempo equis, distintas valoraciones y diferentes sentidos a la lluvia. Dicho de otro modo, la lluvia es un polisigno.


Significación y acción

Hay una tendencia, fácilmente identificable, a una suerte de “totalitarismo de los signos”.
Que afirmemos que los humanos vivimos inmersos en una constelación de signos, no implica que sólo existen éstos para nuestra especie o que son inexorablemente el único modo a través del cual finalmente interactuamos.
La comprensión de la complejidad de lo humano requiere mantener la autonomía entre órdenes diferenciables de dicha complejidad. Si no respetamos tal autonomía incurrimos en un reduccionismo, semiológico en este caso, que nos inhibe acceder al estudio de otros objetos del conocimiento.
Cada ciencia de lo humano tiene su propio objeto formal de conocimiento o epistémico. De tal manera, cada ciencia de lo humano sistematiza los signos de un modo peculiar, propio de la materia de la que se ocupa.
Acá nos centraremos en una articulación / oposición entre dos modos de la complejidad de lo humano: significación y acción.
Se articulan en la medida que significar, dotar de signos,  le da sentido a la acción a la vez que en distintas formas la estimula y la acción, por su parte, modifica, altera y genera signos, lleva a significar.

Una de las expresiones más contundentes del papel de la acción son los procesos revolucionarios, los cuales alteran de raíz constelaciones de signos, modificando y ampliando los alcances de la significación. A su vez, son constelaciones de signos, por ejemplo en la forma de teorías o de ideologías, las que impulsan o instituyen procesos revolucionarios.

Ejemplificando en otro terreno, alejado del anterior, podemos considerar la evolución desde la bipedestación del homínido hasta la rueda, inventada –según se descubrió recientemente- hace unos siete milenios. La bipedestación, la cual resume numerosas acciones con sus consiguientes modificaciones corporales en todos los órdenes, inicia el proceso de autonomía de la especie incluyendo la facilitación de la marcha, de la movilidad y, desde luego, de otra perspectiva con la cual interactuar, tanto con la naturaleza como entre humanos. Sumariamente, podemos decir que sigue el prehistórico trineo, el rodillo y finalmente, resultante de combinar estas herramientas, la rueda y el carro que se valdrá de las mismas, tanto para transportar cargas en épocas de paz como para la guerra (sea como traslado de impedimenta, sea como arma). Es decir, acciones que suponen la fórmula piagetiana de asimilación-acomodación, van dando lugar a nuevas adquisiciones que incentivan enormemente la movilidad (tengamos en cuenta que la rueda sigue siendo un artefacto imprescindible y en plena evolución en la actualidad). Tales acciones motorizan la significación que contribuye decisivamente a afrontar nuevos desafíos y a la vez, los resultados de aquéllas, obligan a significar lo que se va generando: no sólo las nuevas herramientas y en su evolución, sino la instalación de las mismas en novedosas constelaciones de signos.

Además de articulación, se da la oposición, lo cual ya está reflejado en el ejemplo antecedente: la acción llega a arrasar con constelaciones de signos y, por su parte, constelaciones de signos pueden inhibir el paso a la acción.

Según Piaget, el bebé conoce a través de la acción de succionar, empezando por discernir entre lo chupable (pezón, chupete, mordillo, etc.) y lo no chupable (telas, artefactos o cosas en general que le producen rechazo). Es decir, a través de esa acción se va introduciendo en el mundo de los signos, los aprehende y, sobre todo, a su manera los construye o reconstruye, avanzando en la inteligencia. Al mismo tiempo, la constelación de signos en la que se va sumergiendo, particularmente a través de los otros, le va haciendo saber acerca del sentido, acerca de significantes y significados que se hallan en intrínseca relación. Piaget entiende a la acción como síntesis de asimilación y acomodación.
Este planteo da el modelo acerca de cómo acción y significación se encuentran simultáneamente en articulación y oposición: al ingresar a la constelación de signos a través de la acción, articulándolos, se da la oposición ya que se sustituyen signos y simultáneamente éstos descalifican acciones imponiendo otras. El “no”, signo estructurante, descalifica acciones al mismo tiempo que convalida otras y la acción (chupar o succionar, según el ejemplo), selecciona signos, lo cual implica el doble proceso de destruir y construir, la significación hace su labor.

El “totalitarismo de los signos o semiologismo” conduce a inhibir la acción y, con ello, la capacidad transformadora en todos los terrenos y, particularmente, en lo cultural, lo social, lo político, lo psicológico y lo económico. Si, por el contrario, nos circunscribimos a un “totalitarismo de la acción” tendemos a desvalorizar la teoría, la ideología, el conocimiento en sus distintas formas, el arte, etc.

Por lo tanto, la dialéctica significación-acción es, para el Método Vincular, una premisa. Su interacción es el núcleo de lo humano.
El Método Vincular refleja e interpreta tal interacción, inicialmente,  como interacción (acéptese la redundancia necesaria) entre lo que se ofrece y lo que se demanda.
En el marco de las Ciencias de lo Humano, y según el Método Vincular, lo que se ofrece son signos respecto de los cuales la demanda se comporta: es decir, acciona.
Concluyendo hasta acá: por medio de la acción, asimilando y acomodando, significamos y, al mismo tiempo, al significar accionamos.


Actualizando el objeto del Método Vincular

Hasta ahora, he definido como objeto del Método Vincular a la interacción entre oferentes y demandas.
Con el correr del tiempo, sobre la base tanto de nuevas investigaciones sociales como la relectura de textos (incluidos los propios) y el re-pensar lo que parecía ya definitivamente instituido, reformularé el objeto.
Tanto la demanda como los oferentes en cualquier campo de la actividad humana – social propiamente dicho, político y comercial – y en cualquier área o dominio – producción, ciencia, artes, cultos, salud, educación, procesos electorales, acción gremial, deportes, etc. – se revelan y operan a través de las organizaciones.
Demanda y oferentes son términos convencionales que llevan hacia cierto oscurecimiento, hacia la pérdida de sustentabilidad epistémica. Habitualmente se considera oferente a quien propone en política, a quien brinda servicios, a quien provee productos, etc.
Ahora bien, también se da la situación inversa: quienes habitualmente integran la demanda, ofrecen, y quienes forman parte de la oferta, demandan. La demanda ofrece dinero, bienes, valores, avales, apoyos o votos a cambio de lo que se le provee y los oferentes demandan tal dinero, tales bienes o valores, dichos apoyos, avales o votos en el proceso de intercambio.
Por otra parte, ya hemos señalado que para el Método Vincular, tanto unos como otros integran organizaciones: una jefa o un jefe de familia en el momento de proveerse en el supermercado lo hacen como miembros de esa organización, su familia; cuando un elector introduce su voto lo hace como integrante de una o más organizaciones que lo predisponen, lo condicionan o lo determinan. Del otro lado, también están las organizaciones (sociales, políticas, comerciales, etc.) que suministran propuestas, productos, bienes o servicios.

En consecuencia, el objeto del Método Vincular es la interacción entre organizaciones que participan activamente de intercambios.

 En última instancia, dado que siempre hay alguna índole de intercambio, podríamos afirmar que el objeto del Método Vincular es la interacción entre organizaciones en cualquier campo, área o dominio.

De esta manera, caducan, para el MV, los términos oferentes-demandas, lo cual habrá de implicar una revisión de fondo. De todos modos, a todos los efectos, puede seguir optándose por mantener como objeto la interacción entre ofertas y demandas por quienes más provechoso les resulte así hacerlo, conscientes de que se trata de una convención.


Objeto y conocimiento científico

Lo que se intercambia a través de la interacción entre organizaciones son objetos.
Pero, vale aclarar, adoptamos objeto como una construcción formal: es decir, como un concepto epistémico. De tal manera, para el MV el objeto no es una cosa, un algo o un alguien.

El objeto, según el MV, es lo que entra en contacto e interactúa con el sujeto.

En consecuencia el objeto no se nos da empíricamente sin más ni es directamente perceptible. Sólo por vía de la interpretación, de la deducción, accedemos al objeto. La vía hermenéutica implica que llegamos al objeto al mismo tiempo que al sujeto, dado que uno y otro son términos formales de una interacción.
Esto es consistente con el papel fundante y, a la vez, excluyente que la relación tiene para el conocimiento científico.
Revisando a Hegel, afirmamos que todo lo real es relacional y todo lo relacional es real.
Para la ciencia, lo real, todo cuanto está contenido en el universo, es una malla de relaciones al infinito. Cuando parece que nos encontramos con una cosa, con lo empíricamente registrable, con lo directamente perceptible, estamos incurriendo en la sustancialización, en la idea del ser como sustento, en la suposición falaz de que lo real es una materia asequible o que se nos brinda transparentemente. La preocupación obsesiva por el hallazgo de la esencia, del wesen, induce a una aporía, a una búsqueda infructuosa e inoperante.
Para la ciencia no hay tal cosa llamada ser: allí donde el filósofo clásico cree encontrar al ser, la ciencia revela que se ha dado con relaciones. Todas las ciencias, sobre todo a partir del Renacimiento y, en particular, desde el siglo XIX, sustituyen continuamente la ilusión del ser por la deducción de las relaciones. En particular, los desarrollos de Marx, la Teoría de la Relatividad einsteiniana, el psicoanálisis según Freud, la antropología estructural (Claude Lévi Strauss), la lingüística (a partir de Saussure), la semiología europea y, también, la plástica no figurativa son algunas de las representaciones más acabadas de lo real como intrínsecamente relacional.

Simultáneamente, para la ciencia tampoco hay nada que sea la nada: lo que, también para el filósofo clásico, supondría la nada, contiene relaciones. El “espacio vacío”, por ejemplo entre planetas, satélites, asteroides y estrellas, está “lleno” de relaciones que hacen que unos y otras transiten sus órbitas, se acerquen y se alejen, se generen y se destruyan o autodestruyan. Una de tales relaciones se expresa a través de la mal llamada “fuerza de gravedad” (Ley de la gravitación universal de Newton): “mal llamada” porque induce a la sustancialización ya que tal supuesta fuerza es una relación entre las masas de unos y otros astros.

Por eso, afirmamos que la filosofía de Heidegger, es anacrónica o extemporánea: busca al ser cuando la ciencia ya lo había desterrado de por vida del campo del conocimiento. Para el nazismo (y el fascismo) la resurrección del ser constituía el sustento filosófico de nociones totalitarias tales como “ser nacional”, “espacio vital” o “la identidad pangermánica inalterable y eterna”.

La relación, en cambio, no sólo es intrínseca a lo real sino que reconoce la libertad al mismo tiempo que propicia la evolución del conocimiento, de las artes, de la producción, de la humanización en todos los órdenes.

Todo lo antedicho, vale para lo que es territorio de la totalidad de las Ciencias de lo Humano. Lo humano se constituye y se desenvuelve en tramas de relaciones, tramas que forjan una dramática, atendiendo a Politzer y Bleger.
Es en el seno de tal dramática - en la que se desenvuelven las interacciones humanas[i]-, que surgen, prosperan y declinan los comportamientos sociales propiamente dichos, los políticos, los de los mercados y así para la generalidad de las áreas y dominios. Esta afirmación por lo menos limita la noción de pulsión, tan cara al psicoanálisis; no es que neguemos toda valoración a tal noción, pero sí dejamos sentado que su papel está subordinado a la dramática, a las tramas, a las interacciones humanas que son el motor que pone en movimiento lo que, en última instancia, deviene de aquello de lo que se ocupa la biología o las llamadas “neurociencias”.

De paso, a la manera de un paréntesis, aclaremos que así como objeto no equivale a cosa, sujeto no es lo mismo que persona. El sujeto es una construcción tan formal como el objeto: se define por su interacción con el objeto. 
La persona es, justamente, una pluralidad de sujetos, del mismo modo que la cosa es una multiplicidad de objetos. 
El Yo es la instancia que sintetiza tal pluralidad de sujetos y, en el proceso, selecciona. El Yo sintetiza seleccionando, coordinando e integrando sujetos; cada Yo varía en su aptitud para sintetizar un mayor o menor número de sujetos. Un Yo más complejo y, a la vez, más abierto e interactuante, sintetiza un número más elevado y creciente de sujetos. Cabría suponer, que con el transcurrir de su vida, las personas generan un Yo crecientemente complejo (sin intención sarcástica, subrayo “cabría suponer”).
El uso habitual en el que incurre desde la psicología o la sociología hasta el lenguaje jurídico-policial es improcedente: esa persona es una persona, no un sujeto.

Esto conduce, a su vez, a una alteración de la perspectiva con la que se aborda cotidianamente la subjetividad y la objetividad; además, no hay subjetividad sin objetividad y viceversa. Por lo tanto, dedicar páginas y páginas a “cómo se construye la subjetividad” como si tal construcción fuera independiente de “cómo se construye la objetividad” es un esfuerzo insuficiente cuando no vano o encubridor. También lo es cuando tales páginas y páginas se basan en la creencia de que sujeto equivale a persona o a la falaz, perimida y decimonónica noción de “individuo”.


Significación, acción y política

Damos un rodeo con el fin de articular estos tres términos, que deberían ser motivo de una publicación específica. Considerando cuán deficitaria se ha tornado la teoría política para dar cuenta de la fase actual que vive la humanidad, se justifica que introduzcamos este punto aunque más no fuera someramente.

Ya nos referimos al papel de la relación como sustento del conocimiento científico. Por eso, definimos a la política como la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto interpretar y operar sobre las relaciones de poder.

La política conjuga permanentemente la significación y la acción: por ella, significamos, otorgamos sentido a los procesos que operan manifiesta y latentemente en las relaciones de poder. Al mismo tiempo, sobre la base de tal sentido actuamos o “accionamos”. Simultáneamente, la acción nos impulsa a generar nuevos sentidos, a significar lo que carecía de percepción o escapaba al conocimiento y a la praxis.

Por ejemplo, al momento de la caída de los regímenes feudales y/o monárquicos y/o coloniales, los pueblos, sus organizaciones y líderes comienzan a significar lo que damos en llamar república, sus valores y sus instituciones, ciudadanía; simultáneamente, se desacreditan los valores e instituciones que habían sostenido el antiguo régimen. En nuestros países, la monarquía española y sus vicariatos –virreinatos- quedan despojados de sentido y emergen con plena significación, procesos revolucionarios mediante, nuevas formaciones sociopolíticas. Es decir, se deduce cómo se imbrican a la vez que se diferencian y concurren la significación y la acción alterando las relaciones de poder en favor de los pueblos y debilitando, hasta su extinción, tradicionales regímenes despóticos.
Sin la acción revolucionaria no habría habido nueva significación y sin el apoyo en la capacidad de significar, posible por idearios, articulaciones de signos resultantes de la significación, no habría habido acción revolucionaria.
Trasladándonos a la actualidad, cuando se trata de cómo transformar en aras de construir sociedades justas y acabar con los nuevos despotismos, la articulación acción-significación se torna un imperativo.
Sin la significación, sin explorar, construir, instalar nuevos sentidos con sus correspondientes constelaciones de signos, lo cual se expresa a través de la teoría política y las ideologías transformadoras, la acción carece de rumbo y de confiabilidad. Sin la acción que impulse a la transformación, quedándonos dentro de los márgenes impuestos por las constelaciones de signos por sí mismas, incurrimos en diletantismo, en discursos inoperantes o vacíos, en el culto de lo críptico y finalmente en la resignación: invariable e imperceptiblemente volvemos a poner nuestro destino en manos de los dioses (de ahí que a menudo, por mi parte, califique como “teólogos laicos” a quienes nos encierran entre los confines de la lengua).

En conclusión: significación, acción y política implican una articulación intrínseca y un abordaje sistemáticamente endógeno.


Los objetos son signos

De acuerdo al MV la interacción, organizaciones mediante, se da entre sujetos y objetos, entre objetos y sujetos.

A los sujetos, o eje del sujeto, corresponde la oposición primarización / secundarización, la cual muy sucintamente es oposición entre las tendencias endogámicas y la primacía de la identificación versus las tendencias exogámicas y la primacía de la diferenciación. Dejamos este eje que, en todo caso, será tratado en otra publicación; lo traemos a colación sólo para ayudar a una mejor comprensión de qué entendemos por “objeto”.

Los objetos son signos: por lo tanto el eje del objeto se refiere a signos, está conformado por signos. De acuerdo a lo desarrollado en este artículo, los objetos derivan de la significación.

No queremos decir que las personas, formalmente mediadas por los sujetos que las constituyen, no adoptan, usen o consuman cosas en la forma de propuestas, servicios, bienes o productos. Lo que queremos decir es que todo este último espectro tomado “en sí”[ii] no es materia del MV, toda vez que de lo que nos ocupamos es de signos, ya que todo lo que podríamos calificar como “no signo” –licencia mediante – es materia de las Ciencias de la Naturaleza (la física, la química, la biología, etc.), las cuales requieren de los signos para dar cuenta de lo que podríamos considerar, tentativa y condicionalmente,  “no signo”.

Es importante reiterar que los signos resultan del conjunto de complejas operaciones que resumimos en el concepto de significación.
Recordemos, a la vez, que la significación es la acción por la cual se llega a que un algo represente a otro algo. Recordemos también que a través de la acción la significación va renovando las constelaciones de signos, desde la lengua y cada idioma hasta el más amplio espectro de símbolos; a su vez, la significación contribuye a la determinación y curso de la acción.

Así dejamos en claro que “ni totalitarismo de los signos ni totalitarismo de la acción”. En particular, tomamos distancia de quienes impulsan la noción de que nos constituye la lengua: la articulación / oposición significación-acción nos humaniza en el más amplio sentido de la expresión, nos impele a la evolución en las múltiples direcciones que ésta sigue según distintas formaciones culturales, sociopolíticas y socioeconómicas.

Al tratar a los objetos como signos comenzamos por basarnos en la teoría saussureana que establece al respecto:

  • que los signos integran sistemas los cuales asignan valor a cada uno de ellos o, si se quiere, que el sentido de un signo es función del lugar relativo que ocupa en el seno de un sistema

  • que el signo es una relación, la relación entre significante y significado. Esto implica que no hay significante sin significado ni significado sin significante de modo tal que ambos términos guardan similar valor (tal como sucede en los términos relacionados en toda teoría científica). Desde ya, desacreditamos formulaciones regresivas, que nos retrotraen en última instancia al ser, a la esencia, al wesen, como la de una supuesta “primacía del significante”.

Antes de ingresar en el desarrollo particular de esta cuestión, según la perspectiva del Método Vincular, corresponde hacer ciertas consideraciones destinadas a encuadrar el tratamiento que haremos de esta ordenada.

La primera de las consideraciones tiene que ver con el abordaje científico. El mismo se sustenta, sobre todo, en la semiología pero se extiende a través de todas las ciencias de lo humano.

La segunda consideración se refiere a la complejidad de los sistemas sígnicos, sea tomado cada uno en particular, sean tomados todos ellos en general y en sus interrelaciones.

Forman parte de esta materia cuestiones tales como la relación entre significantes y significados, la significación como tal,  la narratividad, los mitos, la retórica, la estética, etc., y también las interrelaciones, pasajes y traducciones de sistema sígnico a sistema sígnico.

No hay acción o producción humana que no se inscriba en, por lo menos, un sistema sígnico: desde la lengua que se presenta como el prototípico hasta los lenguajes audiovisuales, los protocolos, la vestimenta, la moda,  lo culinario, la alimentación, la práctica política, la acción social, la salud, el tránsito (y sus señales),  etc. y por supuesto aquellas actividades que hacen del trabajo específico del signo, una particular orfebrería,  su objeto: la totalidad de las artes (plástica, literatura, cine, etc.),  el diseño o la publicidad. Todas y cada una de las expresiones pertenecientes a estos sistemas pueden ser "leídos" de la misma manera que un texto estrictamente lingüístico: por ejemplo, un traje o un vestido, un menú, la escena de un acto político, una película de Fellini o una puesta teatral de un drama de Roberto Cossa, un envase o un anuncio.

En congruencia con lo antedicho, una organización, un referente, una propuesta, un servicio o un producto pueden ser vistos y analizados como signos (=son signos complejos) y, ante todo, como miembros de sistemas sígnicos.
La complejidad de cada signo tiene que ver con que integra sistemas que le dan valor y sentido, con que resulta de la concurrencia de varios componentes analizables y perceptibles desde distintas perspectivas.  Entre otras características forma parte de esta complejidad que

  • un significante integre redes de significantes que se corresponde con un significado que integra redes de significados.

  • un significado integre redes de significados que se corresponde con un significante que integra redes de significantes.

  • a la vez estos significados son significantes de otros significados del mismo modo que

  • aquellos significantes son significados de otros significantes.


Por ejemplo, un isotipo de forma geométrica  de una marca de automóviles integra la red de isotipos de marca de automóviles y la "meta"- red de isotipos en general; tal isotipo refiere a tecnología de avanzada (significado) que integra los significados, referentes o conceptos asociados a marcas de automóviles y la meta-red de referentes de los isotipos en general.
Si partimos del mismo isotipo, viéndolo desde aquello a que refiere,  integra la red y la meta-red ya enunciadas correspondiéndose con aquellas redes y meta-redes de isotipos de marcas de automóviles y de marcas en general, respectivamente.
A la vez, el referente = "tecnología de avanzada" se constituye en el marco de otra red en significante: "tecnología de avanzada" puede ser expresión de "iniciativa" (nuevo significado). O, por el otro lado, la original forma geométrica del isotipo del ejemplo = "forma geométrica", es referente o significado de la expresión "figura geométrica ´x´".

En este punto debemos pasar a la descripción de la relación  significante / significado.

Relación significante/significado
                       

Tal como anticipamos, el Signo, según Saussure,  es igual a la relación     Significante/Significado a la cual podemos simbolizar como  Ste./Sdo. 
                    



Somos muy rigurosos en señalar la igualdad de valor de ambos términos, lo cual es lo mismo que decir que al signo "=" lo sigue a la misma altura el signo relacional "-".

Sobre la base de esta relación elemental y constitutiva el Método Vincular hará una extensión por la cual la totalidad de los objetos  conforman sistemas de signos y de forma que cada uno de tales objetos es un signo.

¿Cómo vemos desde el Método Vincular esta cuestión?

En primer lugar, debemos volver a recordar nuestra concepción epistemológica, la sistémico-relacional, la que parte de que lo real es sistemas de relaciones. Este enfoque implica, en esta cuestión, que los signos son ante todo relaciones que forman sistemas. Es como si los sistemas de signos fueran conjuntos de múltiples barras de separación ( "-" o "/") interactuantes.
Planteada así la cosa postulamos que tanto el significante como el significado son elementos formales: de tal manera así como el objeto es el elemento virtual que se define por vincularse con el sujeto a su vez "hacia su interior" es la relación entre aquéllos elementos también formales.
De tal manera, nos vamos a alejar de Saussure: el fundador de la lingüística nos abrió el camino, pero como siempre sucede en la ciencia al caminar se reformula. Para nosotros el significante no es perceptible, no es una huella. 

Definimos al significante como el componente del objeto que entra en relación con el significado; definimos a su vez al significado como el componente del objeto que entra en relación con el significante.

Cabe hacer algunas precisiones, aun a riesgo de ser redundantes, considerando que estos conceptos tienen una larga historia en la cual distintas escuelas y autores los trataron de manera relativamente diversa. 

Una primera precisión a hacer es en torno al carácter, a nuestro juicio, formal: el significante y el significado, por lo tanto, no son tangibles, sino pensables. El significante se expresa a través de lo perceptible, que puede ser categorizado como indicio, señal, ícono o palabra, pero reside en el seno de esas expresiones como lo que se relaciona con un determinado significado. Así, por ejemplo, la palabra vela encierra más de un significante: entre otros, podemos seleccionar el que alude a la relación con el significado “artefacto luminoso”, el que remite a la acción y efecto de velar y el que refiere a la pieza de tela con que una embarcación aprovecha el impulso del viento para desplazarse. En resumen, “vela” es una palabra que encierra al menos y de acuerdo al ejemplo, tres significantes relacionados con tres significados. Obviamente, la palabra “vela” no es un significante: es una expresión que engloba varias relaciones Ste / Sdo. Tampoco la “cosa” vela es un significante, ya que también contiene diversas relaciones Ste. / Sdo. en la medida que puede vincularse con el estado del tiempo, la presencia o ausencia del viento, la dirección y velocidad de éste, el tipo de nave, etc.
Por esto mismo que acabamos de exponer se comprende la variedad de interpretaciones a que puede dar lugar una conducta, una pieza oratoria, un verso, un filme, un anuncio, etc. 

La segunda precisión tiene que ver con  la naturaleza sistémica: cada relación significante / significado integra una tendencialmente infinita constelación de relaciones significante / significado. Siguiendo con el ejemplo, partiendo de lo más inmediato, la “vela” luminosa se ubica en el paradigma de los artefactos de luz – junto a los “veladores”, lámparas, arañas y otros – y entra en asociación sintagmática con habitaciones, paredes, muebles, libros y la vasta variedad de cosas a las que presta su luminosidad -. 

La tercera precisión hace referencia a que para la especie humana existe lo que está significado: es decir, lo que para los humanos son signos. Cada cosa ya conocida como cada cosa que se descubre, se crea o se inventa, integra un sistema de signos. Por lo tanto, si  algo no es un signo no existe o si algo no existe no existe porque no es un signo. 

De tal manera, cuando hablamos de la segmentación como resultante de la tensión entre significante y significado, estamos diciendo que los segmentos que priorizan la Dimensión Significante son los que ponen el acento en la creación, la invención o lo fundacional: establecemos así cierta sinonimia entre lo significante y lo instituyente. Significar entendido como instalar un significante es instituir, es una acción instituyente que puede tener la finalidad de imponer o de crear. 

Cuando señalamos que hay segmentos de la oferta que enfatizan en la Dimensión Significado nos referimos a los que subrayan el carácter de ya existente o creado: tienden así a asemejar el significado y lo instituido. Significar adoptado como reconocer un significado es partir de lo instituido, es una acción de asunción de lo instituido que puede tener por meta mantener lo establecido o transformar.



Dimensión Significante

Tres son los Posicionamientos Vinculares y los correspondientes Segmentos que priorizan la Dimensión Significante: dos de tales Posicionamientos Vinculares corresponden a la Primarización y el restante a la Secundarización.
Ya señalamos, con el fin, sobre todo, de facilitar la comprensión, que podemos asemejar la Dimensión Significante a la idea de lo instituyente.
Dos son las grandes áreas -o, si se prefiere, las subdimensiones- que cubre la Dimensión Significante:

  • La invención en la más vasta extensión de la palabra

  • El discurso, también en el más amplio sentido, entendido como equivalente a la expresión.

La invención hace referencia a que desde la perspectiva de los segmentos que se ubican en esta Dimensión los objetos -desde todo tipo de  organización hasta propuestas, productos y servicios-  resultan de actos inventivos, creativos o fundacionales humanos. En términos extremos, implicaría que nada o muy poco es debido a lo previamente existente.
El discurso contempla la totalidad de las acciones y de las expresiones por las cuales los objetos son identificados, conocidos o reconocidos a través de todos los lenguajes actuales y potenciales: la lengua propiamente dicha, el diseño, el periodismo, el arte, el cine, la publicidad, etc.
Esto supone la articulación de innumerables factores y elementos para dar lugar al discurso y a cada discurso: los modos de producción o las técnicas, los materiales, los medios de comunicación, la palabra, las imágenes, los colores, etc. Supone también un espectro de resultantes de tal articulación entre los que se incluye la presentación, formato o diseño de lo ofrecido, emblemas y divisas, modos vestimentarios, envases, avisos, isotipos, logotipos, nombres de marcas institucionales o específicas, etc.
Estamos extendiendo el concepto de doble articulación que originado en Saussure es finalmente destacado por Martinet. De hecho nos inspiramos en una teoría compleja de la doble articulación, ya que para analizar o crear cuanto participa de la Dimensión Significante lo haremos descomponiendo lo observado o registrado en sucesivas etapas buscando precisamente los distintos órdenes de componentes. Por ejemplo, un aviso publicitario gráfico está compuesto por el nivel icónico y el verbal, a su vez compuestos por iconemas y grafemas, etc.   

Resumiendo todo lo antedicho, digamos que los posicionamientos orientados hacia la Dimensión Significante y los Segmentos respectivos tienden a:

  • Apoyarse en la propia realización destacando el acto fundacional.

Son ejemplos paradigmáticos el de la organización política que enfatiza haber instaurado una nueva sociedad, el del empresario que subraya haber inaugurado un rubro industrial, el del artista que impone su perspectiva desafiando o desechando al naturalismo o el realismo.

  • Priorizar la expresividad,  la retorización o  la enunciación de lo que se ofrece -remarcando, por ejemplo, el diseño, los emblemas, el nombre de marca, etc.-

                                         


Dimensión Significado

Tres son los Posicionamientos Vinculares y los correspondientes Segmentos que priorizan la Dimensión Significado: también dos de de ellos corresponden a la Primarización y el tercero a la Secundarización.
Dos son las grandes áreas -o, si se prefiere, las subdimensiones-  que alberga la Dimensión Significado:

  • La producción, teniendo en cuenta -aun con riesgo de ser considerados redundantes- que usamos este término en un registro sumamente amplio.

  • La referenciación, también haciendo la advertencia previa.

La producción es el conjunto de acciones que hace que algo ya existente se transforme en otro algo. Es obvio que esta perspectiva implica que nada es a partir de un mero acto de creación o de un puro hecho fundacional; por el contrario todo sería resultante de lo previamente conocido y/o existente.
Esta subdimensión explica en buena medida el interés en el conocimiento de los objetos, sea por la vía de la magia, de la experiencia, de la racionalidad clásica o de la ciencia. 

La referenciación alude a que los objetos -o los signos- se organizan o identifican a partir de su referencialidad -o sea, de su naturaleza o de su concepto-. 

Esto implica o bien una inclinación a basarse en lo que la organización, el líder, la propuesta, el servicio o el producto es "en sí" (¿cuál es su esencia?) o a reconocerlos en su intimidad relacional. En este territorio se hallan las cosas pensadas como tales y también los usos y costumbres. Asimismo lo integran la moral, las creencias, las ideas y las ciencias (de un modo peculiar que en otro lugar describiremos).
Aquí pesan, sobre todo, las funciones y propiedades, los destinos, las modalidades de adopción, empleo o consumo tanto vigentes como potenciales.

Digamos entonces que los posicionamientos centrados en la dimensión significado y en los segmentos que los constituyen optan por:

  • considerar que  la realidad es previa a la acción humana y que ésta -produciendo- lo que hace es integrarse, con su sello propio, al movimiento de transformación característico de la Naturaleza misma.

  • enfatizar el papel de lo que se ofrece "en sí mismo" o según su concepto, tendiendo a suponer que lo que "lo rodea o lo envuelve" es accesorio, cosmético o complementario.

Sí vale aclarar, por si no fue suficientemente precisado, que también estamos empleando, aquí, el vocablo "realidad" en un sentido  amplio: no sólo incluye "las cosas" o los hechos sino también las ideas, las creencias, los usos y costumbres, los conceptos; en pocas palabras, cuanto puede considerarse que antecede al discurso que habrá de "vestirlo" (dicho esto último por la percepción que estos segmentos tienen de lo discursivo).



 Comparación entre las dimensiones significante y significado

Mientras la dimensión significante pone el acento en el acto inventivo, creativo o fundacional la dimensión significado remarca la preexistencia de lo que considera la realidad.
Congruentemente la dimensión significado prioriza lo referencial en toda su vasta acepción mientras que la significante destaca lo discursivo.
  El siguiente cuadro compendia estas diferencias básicas:


Dimensión Significante
Dimensión Significado

Invención

Producción

Discurso

Referenciación


Vale sí puntualizar muy señaladamente que las diferencias entre ambas dimensiones es de centración o de énfasis.
O sea, no hay que suponer que los posicionamientos y segmentos orientados hacia la dimensión significante sólo atiendan a la creación y al discurso y descuiden la producción, incluyendo lo preexistente, y la referenciación. Tampoco los posicionamientos y segmentos orientados hacia la dimensión significado se ciñen a la producción (y lo preexistente) y la referenciación desconociendo la creación y el discurso.

Seguidamente exponemos un ejemplo que probablemente contribuya a entender estos desarrollos.
Un sector en el cual la polémica acerca de en qué dimensión hay que instalarse es el de la publicidad. Justamente puede establecerse que en esta especialidad se dan dos grandes enfoques antagónicos.
Uno es el de los publicitarios que sostienen que el producto "no es antes" de la campaña que lo instala socialmente: concretamente, el sentido es construído, o si se quiere, lo publicitado obtiene su identidad a partir del mensaje. 
El otro es de quienes sostienen que la publicidad sólo refleja o sólo debe reflejar lo que el producto es per se, comunicando siempre honestamente, basándose rigurosamente en "la verdad".
De tal manera, podemos decir que  los publicitarios tienden a segmentarse entre aquellos que potencian la dimensión significante y los que privilegian la dimensión significado; también los que opinan sobre la misma, sea con posiciones que la desacreditan, sea con posiciones que la valoran.


Acerca de tres pares de conceptos a tener en cuenta

En relación con el status de signos que otorgamos a los objetos vale considerar tres parejas de conceptos que son de gran aplicación en nuestros análisis.
El primero de tales pares, inaugurado por Saussure en la Lingüística, es el constituído por los conceptos paradigma - sintagma.  Todo tema o problemática que tratemos también puede ser ordenado según lo que se desprende del empleo de este par. Por ejemplo, en la creatividad hay proyección del sintagma sobre el paradigma o del paradigma sobre el sintagma.
Vale lo mismo para el considerado por la Retórica conformado por metáfora-metonimia.
El tercero es introducido por Freud: condensación – desplazamiento.
Subrayamos la diferenciación entre los tres campos epistémicos y rechazamos correspondencias unívocas, como las que llevan a fijar como sinónimos paradigma, metáfora y condensación por un lado, y sintagma, metonimia y desplazamiento por el otro.
El eje  de la selección y la combinación o paradigma - sintagma propio del primer par,  el de la similaridad y la contigüidad o metáfora – metonimia en que se basa el segundo y el de condensación – desplazamiento del tercero están siempre plenamente presentes en cada problema que afrontamos dentro de la materia que tratamos.
No sólo no convalidamos (y en esto seguimos a Metz) las rígidas correspondencias entre los términos de estos pares, sino que los ajustamos a nuestro enfoque sistémico-relacional. Concretamente esto significa que al analizar nos preguntamos: ¿cómo se  percibe el cruce de paradigma y sintagma en este objeto?; ¿cuál es el componente metafórico y cuál el metonímico? ¿qué condensa y qué desplaza?

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[i] De acuerdo a lo ya expuesto siempre tales interacciones humanas se dan entre organizaciones; nadie interactúa con otro o con lo otro sino a través de su condición de integrante de organizaciones.

[ii] Usamos la expresión “en sí” sólo con finalidad didáctica.

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