Rubén Rojas
Breu
Significación según el Método Vincular
Signo, significante y significado
La significación
Según el diccionario de la Real Academia Española “significación es la
acción y efecto de significar o significarse”.
Respecto de lo que más adelante desarrollaremos, el definir a la
significación como “la acción…” es de sumo interés.
Siempre según la misma fuente, “significar” tiene estas acepciones:
- Dicho de una cosa: ser, por naturaleza, imitación o convenio, representación, indicio o signo de otra cosa distinta.
- Hacer saber, declarar, manifestar algo.
- Dicho de una unidad lingüística: expresar o representar un concepto.
- Representar, valer, tener importancia
- Hacerse notar o distinguirse por alguna cualidad o circunstancia.
Todas estas acepciones serán un apoyo para lo que desplegaremos. Cabe
insistir en que la significación es considerada una acción por parte de la RAE.
Así como los peces viven en el agua, los humanos nadamos en un océano de
signos. Siempre entre los objetos de cualquier índole conque nos vinculamos y
nosotros se “interponen” los signos. Dicho de otro modo, estamos inmersos en
una constelación de signos.
Otra manera de expresar lo antedicho es que lo real se nos da a través de
los signos, los cuales constituyen la materia de la que se ocupan las Ciencias
de lo Humano y, por otro lado, históricamente, la filosofía. Más allá de que la
semiología, la lingüística o la comunicación tengan por especificidad ocuparse,
con abordajes diferenciados, de los signos, lo cierto es que éstos son también
la plataforma de la antropología, la sociología, la política, la psicología, el
psicoanálisis y la economía.
Los signos circulan a través de las más diversas expresiones: la lengua y
el habla, las imágenes y lo icónico, lo paraverbal, los medios a través de los
cuales interactuamos, la totalidad de los símbolos de que se ocupan las
ciencias y las artes, los rituales, los sueños, etc.
Los signos conforman sistemas y sólo son interpretados en el seno de los
mismos: no hay signo per se sino en
el marco de un conjunto de alguna manera organizado. Cada signo particular es
reconocido, decodificado, según su lugar en el conjunto orgánico de los signos.
Una sonrisa es decodificada como tal con el sentido que se le atribuya en
el contexto del amplio espectro de los gestos. Lo que contradice a la sonrisa
es la no sonrisa: el conjunto
“no sonrisa” incluye diversos contrarios tales como el llanto, el rictus, el
silencio, el mohín, la mueca, la caricia, la actitud adusta, etc. Usamos la
expresión “contrarios” según la lógica, de modo tal que dicha expresión incluye
gestos que puedan ser compatibles con la sonrisa, como el mohín o la caricia.
Si pasamos a la lengua, cada palabra, o más apropiadamente, cada monema,
tiene sentido en el contexto de toda la lengua: “león” tiene pleno sentido en
tanto existe una amplia variedad de especies animales, por lo cual la mención
de tal mamífero se interpreta acabadamente porque el sistema incluye a la
totalidad de las denominaciones de los mamíferos conocidos y, aún más, de las
de toda la zoología y podríamos extender hasta cubrir finalmente toda la
lengua.
Se hace aún más claro el sistema y, por lo tanto cómo el signo porta
sentido en un contexto, si tenemos en cuenta que “león” es tanto el nombre de
un ejemplar de la especie como el genérico al que pertenece. Así, podemos
referirnos tanto a ese león particular que estamos viendo en cautiverio o en su
ambiente natural como a la especie misma cuando discurrimos sobre qué es un
león, cómo se comporta, etc. Pero todavía más: León es también un nombre propio
y deducimos su sentido según el contexto (lo que enmarca al texto)
distinguiendo entre el significado de “Este León es una buena persona” y el de
“ese león rugió atronadoramente”.
Igualmente sucede con la sonrisa: según cuál sea el contexto, el “texto”
sonrisa puede ser interpretado como un gesto amable, como un acto de
reconocimiento o agradecimiento, como seducción, como expresión de placer, como
invitación, etc. A su vez, la sonrisa, según las etapas evolutivas adquiere
valores distintos: compárese la de los bebés con la del adulto que busca
seducir.
Ahora bien, con lo antedicho no estamos diciendo nada nuevo; más aún, si
nos quedamos dentro de sus márgenes podemos incurrir en que una vez más “lo ya
sabido” nos clausure el camino hacia lo que debemos conocer.
Los signos no están simplemente ahí ni tampoco permanecen congelados en
el tiempo y en el espacio.
Los signos son la resultante de un complejo operacional: la significación.
La significación es el conjunto de operaciones por medio de los cuales
los humanos otorgamos sentido a la totalidad de objetos con los que
interactuamos, totalidad que incluye la naturaleza, las organizaciones humanas
y sus producciones, los grupos y las personas, las creencias, religiones e
ideologías, los actores, sectores y factores, etc.
Ese sentido se formaliza según el concepto de signo que, desde Saussure
hasta acá, es la relación entre significantes y significados. Como cada signo
se entiende en el marco de un sistema de signos, hablamos, entonces, de
múltiples relaciones entre múltiples significantes y múltiples significados.
Tomemos un ejemplo al azar: la lluvia para el humano es un signo que, en
principio, forma parte del sistema de signos que hacen a la meteorología. En el
contexto de ese sistema la lluvia puede ser significada como trastorno tanto
como favorecedora de la provisión de agua para cultivos, consumo de animales y
humanos, puede ser significada como una señal de los dioses así como un dato
que facilita o entorpece actividades laborales, bélicas o de cualquier índole y
así sucesivamente. El contradictorio de la lluvia, la no lluvia, abarca
contrarios tales como lo soleado, lo nublado, la neblina, la nevada, el viento,
el escampe, y, extendiéndonos aún más, la sequía. Cada cultura particular, cada
época, cada organización, cada grupo, cada persona puede otorgarle, en un
espacio-tiempo equis, distintas valoraciones y diferentes sentidos a la lluvia.
Dicho de otro modo, la lluvia es un polisigno.
Significación y
acción
Hay una tendencia, fácilmente identificable, a una suerte de “totalitarismo
de los signos”.
Que afirmemos que los humanos vivimos inmersos en una constelación de
signos, no implica que sólo existen éstos para nuestra especie o que son
inexorablemente el único modo a través del cual finalmente interactuamos.
La comprensión de la complejidad de lo humano requiere mantener la
autonomía entre órdenes diferenciables de dicha complejidad. Si no respetamos
tal autonomía incurrimos en un reduccionismo, semiológico en este caso, que nos
inhibe acceder al estudio de otros objetos del conocimiento.
Cada ciencia de lo humano tiene su propio objeto formal de conocimiento o
epistémico. De tal manera, cada ciencia de lo humano sistematiza los signos de
un modo peculiar, propio de la materia de la que se ocupa.
Acá nos centraremos en una
articulación / oposición entre dos modos de la complejidad de lo humano:
significación y acción.
Se articulan en la medida que significar, dotar de signos, le da sentido a la acción a la vez que en
distintas formas la estimula y la acción, por su parte, modifica, altera y
genera signos, lleva a significar.
Una de las expresiones más contundentes del papel de la acción son los
procesos revolucionarios, los cuales alteran de raíz constelaciones de signos,
modificando y ampliando los alcances de la significación. A su vez, son constelaciones
de signos, por ejemplo en la forma de teorías o de ideologías, las que impulsan
o instituyen procesos revolucionarios.
Ejemplificando en otro terreno, alejado del anterior, podemos considerar
la evolución desde la bipedestación del homínido hasta la rueda, inventada
–según se descubrió recientemente- hace unos siete milenios. La bipedestación,
la cual resume numerosas acciones con sus consiguientes modificaciones
corporales en todos los órdenes, inicia el proceso de autonomía de la especie
incluyendo la facilitación de la marcha, de la movilidad y, desde luego, de
otra perspectiva con la cual interactuar, tanto con la naturaleza como entre
humanos. Sumariamente, podemos decir que sigue el prehistórico trineo, el
rodillo y finalmente, resultante de combinar estas herramientas, la rueda y el
carro que se valdrá de las mismas, tanto para transportar cargas en épocas de
paz como para la guerra (sea como traslado de impedimenta, sea como arma). Es
decir, acciones que suponen la fórmula piagetiana de asimilación-acomodación,
van dando lugar a nuevas adquisiciones que incentivan enormemente la movilidad
(tengamos en cuenta que la rueda sigue siendo un artefacto imprescindible y en
plena evolución en la actualidad). Tales acciones motorizan la significación que
contribuye decisivamente a afrontar nuevos desafíos y a la vez, los resultados
de aquéllas, obligan a significar lo que se va generando: no sólo las nuevas
herramientas y en su evolución, sino la instalación de las mismas en novedosas
constelaciones de signos.
Además de articulación, se da la oposición, lo cual ya está reflejado en
el ejemplo antecedente: la acción llega a arrasar con constelaciones de signos
y, por su parte, constelaciones de signos pueden inhibir el paso a la acción.
Según Piaget, el bebé conoce a través de la acción de succionar,
empezando por discernir entre lo chupable (pezón, chupete, mordillo, etc.) y lo
no chupable (telas, artefactos o cosas en general que le producen rechazo). Es
decir, a través de esa acción se va introduciendo en el mundo de los signos,
los aprehende y, sobre todo, a su manera los construye o reconstruye, avanzando
en la inteligencia. Al mismo tiempo, la constelación de signos en la que se va
sumergiendo, particularmente a través de los otros, le va haciendo saber acerca
del sentido, acerca de significantes y significados que se hallan en intrínseca
relación. Piaget entiende a la acción como síntesis de asimilación y
acomodación.
Este planteo da el modelo acerca de cómo acción y significación se
encuentran simultáneamente en articulación y oposición: al ingresar a la
constelación de signos a través de la acción, articulándolos, se da la
oposición ya que se sustituyen signos y simultáneamente éstos descalifican
acciones imponiendo otras. El “no”, signo estructurante, descalifica acciones al
mismo tiempo que convalida otras y la acción (chupar o succionar, según el
ejemplo), selecciona signos, lo cual implica el doble proceso de destruir y
construir, la significación hace su labor.
El “totalitarismo de los signos o semiologismo” conduce a inhibir la
acción y, con ello, la capacidad transformadora en todos los terrenos y,
particularmente, en lo cultural, lo social, lo político, lo psicológico y lo
económico. Si, por el contrario, nos circunscribimos a un “totalitarismo de la
acción” tendemos a desvalorizar la teoría, la ideología, el conocimiento en sus
distintas formas, el arte, etc.
Por lo tanto, la dialéctica significación-acción es, para el Método
Vincular, una premisa. Su interacción es el núcleo de lo humano.
El Método Vincular refleja e interpreta tal interacción, inicialmente, como interacción (acéptese la redundancia
necesaria) entre lo que se ofrece y lo que se demanda.
En el marco de las Ciencias de lo Humano, y según el Método Vincular, lo
que se ofrece son signos respecto de los cuales la demanda se comporta: es
decir, acciona.
Concluyendo hasta acá: por medio de la acción, asimilando y acomodando,
significamos y, al mismo tiempo, al significar accionamos.
Actualizando el
objeto del Método Vincular
Hasta ahora, he definido como objeto del Método Vincular a la interacción
entre oferentes y demandas.
Con el correr del tiempo, sobre la base tanto de nuevas investigaciones
sociales como la relectura de textos (incluidos los propios) y el re-pensar lo
que parecía ya definitivamente instituido, reformularé el objeto.
Tanto la demanda como los oferentes en cualquier campo de la actividad
humana – social propiamente dicho, político y comercial – y en cualquier área o
dominio – producción, ciencia, artes, cultos, salud, educación, procesos
electorales, acción gremial, deportes, etc. – se revelan y operan a través de
las organizaciones.
Demanda y oferentes son términos convencionales que llevan hacia cierto
oscurecimiento, hacia la pérdida de sustentabilidad epistémica. Habitualmente
se considera oferente a quien propone en política, a quien brinda servicios, a
quien provee productos, etc.
Ahora bien, también se da la situación inversa: quienes habitualmente
integran la demanda, ofrecen, y quienes forman parte de la oferta, demandan. La
demanda ofrece dinero, bienes, valores, avales, apoyos o votos a cambio de lo
que se le provee y los oferentes demandan tal dinero, tales bienes o valores,
dichos apoyos, avales o votos en el proceso de intercambio.
Por otra parte, ya hemos señalado que para el Método Vincular, tanto unos
como otros integran organizaciones: una jefa o un jefe de familia en el momento
de proveerse en el supermercado lo hacen como miembros de esa organización, su
familia; cuando un elector introduce su voto lo hace como integrante de una o
más organizaciones que lo predisponen, lo condicionan o lo determinan. Del otro
lado, también están las organizaciones (sociales, políticas, comerciales, etc.)
que suministran propuestas, productos, bienes o servicios.
En consecuencia, el objeto del Método Vincular es la
interacción entre organizaciones que participan activamente de intercambios.
En última instancia, dado
que siempre hay alguna índole de intercambio, podríamos afirmar que el objeto del Método Vincular es la
interacción entre organizaciones en cualquier campo, área o dominio.
De esta manera, caducan, para el MV, los términos oferentes-demandas, lo
cual habrá de implicar una revisión de fondo. De todos modos, a todos los
efectos, puede seguir optándose por mantener como objeto la interacción entre
ofertas y demandas por quienes más provechoso les resulte así hacerlo,
conscientes de que se trata de una convención.
Objeto y
conocimiento científico
Lo que se intercambia a través de la interacción entre organizaciones son
objetos.
Pero, vale aclarar, adoptamos objeto como una construcción formal: es
decir, como un concepto epistémico. De tal manera, para el MV el objeto no es
una cosa, un algo o un alguien.
El objeto, según el MV, es lo que entra en contacto e
interactúa con el sujeto.
En consecuencia el objeto no se nos da empíricamente sin más ni es directamente
perceptible. Sólo por vía de la interpretación, de la deducción, accedemos al
objeto. La vía hermenéutica implica que llegamos al objeto al mismo tiempo que
al sujeto, dado que uno y otro son términos formales de una interacción.
Esto es consistente con el papel fundante y, a la vez, excluyente que la
relación tiene para el conocimiento científico.
Revisando a Hegel, afirmamos que todo
lo real es relacional y todo lo relacional es real.
Para la ciencia, lo real, todo cuanto está contenido en el universo, es
una malla de relaciones al infinito. Cuando parece que nos encontramos con una
cosa, con lo empíricamente registrable, con lo directamente perceptible,
estamos incurriendo en la sustancialización, en la idea del ser como sustento,
en la suposición falaz de que lo real es una materia asequible o que se nos
brinda transparentemente. La preocupación obsesiva por el hallazgo de la esencia, del wesen, induce a una aporía, a una búsqueda infructuosa e
inoperante.
Para la ciencia no hay tal cosa llamada ser: allí donde el filósofo
clásico cree encontrar al ser, la ciencia revela que se ha dado con relaciones.
Todas las ciencias, sobre todo a partir del Renacimiento y, en particular,
desde el siglo XIX, sustituyen continuamente la ilusión del ser por la
deducción de las relaciones. En particular, los desarrollos de Marx, la Teoría
de la Relatividad einsteiniana, el psicoanálisis según Freud, la antropología
estructural (Claude Lévi Strauss), la lingüística (a partir de Saussure), la
semiología europea y, también, la plástica no figurativa son algunas de las
representaciones más acabadas de lo real como intrínsecamente relacional.
Simultáneamente, para la ciencia tampoco hay nada que sea la nada: lo
que, también para el filósofo clásico, supondría la nada, contiene relaciones.
El “espacio vacío”, por ejemplo entre planetas, satélites, asteroides y
estrellas, está “lleno” de relaciones que hacen que unos y otras transiten sus
órbitas, se acerquen y se alejen, se generen y se destruyan o autodestruyan.
Una de tales relaciones se expresa a través de la mal llamada “fuerza de
gravedad” (Ley de la gravitación universal de Newton): “mal llamada” porque
induce a la sustancialización ya que tal supuesta fuerza es una relación entre
las masas de unos y otros astros.
Por eso, afirmamos que la filosofía de Heidegger, es anacrónica o
extemporánea: busca al ser cuando la ciencia ya lo había desterrado de por vida
del campo del conocimiento. Para el nazismo (y el fascismo) la resurrección del
ser constituía el sustento filosófico de nociones totalitarias tales como “ser
nacional”, “espacio vital” o “la identidad pangermánica inalterable y eterna”.
La relación, en cambio, no sólo es intrínseca a lo real sino que reconoce
la libertad al mismo tiempo que propicia la evolución del conocimiento, de las
artes, de la producción, de la humanización en todos los órdenes.
Todo lo antedicho, vale para lo que es territorio de la totalidad de las
Ciencias de lo Humano. Lo humano se constituye y se desenvuelve en tramas de
relaciones, tramas que forjan una dramática, atendiendo a Politzer y Bleger.
Es en el seno de tal dramática - en la que se desenvuelven las
interacciones humanas[i]-,
que surgen, prosperan y declinan los comportamientos sociales propiamente dichos,
los políticos, los de los mercados y así para la generalidad de las áreas y
dominios. Esta afirmación por lo menos limita la noción de pulsión, tan cara al
psicoanálisis; no es que neguemos toda valoración a tal noción, pero sí dejamos
sentado que su papel está subordinado a la dramática, a las tramas, a las
interacciones humanas que son el motor que pone en movimiento lo que, en última
instancia, deviene de aquello de lo que se ocupa la biología o las llamadas
“neurociencias”.
De paso, a la manera de un paréntesis, aclaremos que así como objeto no
equivale a cosa, sujeto no es lo mismo que persona. El sujeto es una
construcción tan formal como el objeto: se define por su interacción con el
objeto.
La persona es, justamente, una pluralidad de sujetos, del mismo modo
que la cosa es una multiplicidad de objetos.
El Yo es la instancia que
sintetiza tal pluralidad de sujetos y, en el proceso, selecciona. El Yo
sintetiza seleccionando, coordinando e integrando sujetos; cada Yo varía en su
aptitud para sintetizar un mayor o menor número de sujetos. Un Yo más complejo
y, a la vez, más abierto e interactuante, sintetiza un número más elevado y
creciente de sujetos. Cabría suponer, que con el transcurrir de su vida, las
personas generan un Yo crecientemente complejo (sin intención sarcástica,
subrayo “cabría suponer”).
El uso habitual en el que incurre desde la psicología o la sociología
hasta el lenguaje jurídico-policial es improcedente: esa persona es una
persona, no un sujeto.
Esto conduce, a su vez, a una alteración de la perspectiva con la que se
aborda cotidianamente la subjetividad y la objetividad; además, no hay
subjetividad sin objetividad y viceversa. Por lo tanto, dedicar páginas y
páginas a “cómo se construye la subjetividad” como si tal construcción fuera
independiente de “cómo se construye la objetividad” es un esfuerzo insuficiente
cuando no vano o encubridor. También lo es cuando tales páginas y páginas se
basan en la creencia de que sujeto equivale a persona o a la falaz, perimida y
decimonónica noción de “individuo”.
Significación,
acción y política
Damos un rodeo con el fin de articular estos tres términos, que deberían
ser motivo de una publicación específica. Considerando cuán deficitaria se ha
tornado la teoría política para dar cuenta de la fase actual que vive la
humanidad, se justifica que introduzcamos este punto aunque más no fuera
someramente.
Ya nos referimos al papel de la relación como sustento del conocimiento
científico. Por eso, definimos a la política
como la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto interpretar y
operar sobre las relaciones de poder.
La política conjuga permanentemente la significación y la acción: por
ella, significamos, otorgamos sentido a los procesos que operan manifiesta y
latentemente en las relaciones de poder. Al mismo tiempo, sobre la base de tal
sentido actuamos o “accionamos”. Simultáneamente, la acción nos impulsa a
generar nuevos sentidos, a significar lo que carecía de percepción o escapaba
al conocimiento y a la praxis.
Por ejemplo, al momento de la caída de los regímenes feudales y/o
monárquicos y/o coloniales, los pueblos, sus organizaciones y líderes comienzan
a significar lo que damos en llamar república, sus valores y sus instituciones, ciudadanía;
simultáneamente, se desacreditan los valores e instituciones que habían
sostenido el antiguo régimen. En nuestros países, la monarquía española y sus
vicariatos –virreinatos- quedan despojados de sentido y emergen con plena
significación, procesos revolucionarios mediante, nuevas formaciones
sociopolíticas. Es decir, se deduce cómo se imbrican a la vez que se
diferencian y concurren la significación y la acción alterando las relaciones
de poder en favor de los pueblos y debilitando, hasta su extinción,
tradicionales regímenes despóticos.
Sin la acción revolucionaria no habría habido nueva significación y sin
el apoyo en la capacidad de significar, posible por idearios, articulaciones de
signos resultantes de la significación, no habría habido acción revolucionaria.
Trasladándonos a la actualidad, cuando se trata de cómo transformar en
aras de construir sociedades justas y acabar con los nuevos despotismos, la
articulación acción-significación se torna un imperativo.
Sin la significación, sin explorar, construir, instalar nuevos sentidos
con sus correspondientes constelaciones de signos, lo cual se expresa a través
de la teoría política y las ideologías transformadoras, la acción carece de
rumbo y de confiabilidad. Sin la acción que impulse a la transformación,
quedándonos dentro de los márgenes impuestos por las constelaciones de signos
por sí mismas, incurrimos en diletantismo, en discursos inoperantes o vacíos,
en el culto de lo críptico y finalmente en la resignación: invariable e
imperceptiblemente volvemos a poner nuestro destino en manos de los dioses (de
ahí que a menudo, por mi parte, califique como “teólogos laicos” a quienes nos
encierran entre los confines de la lengua).
En conclusión:
significación, acción y política implican una articulación intrínseca y un
abordaje sistemáticamente endógeno.
Los objetos son
signos
De acuerdo al MV la interacción, organizaciones mediante, se da entre
sujetos y objetos, entre objetos y sujetos.
A los sujetos, o eje del sujeto,
corresponde la oposición primarización / secundarización, la cual muy sucintamente
es oposición entre las tendencias endogámicas y la primacía de la
identificación versus las tendencias
exogámicas y la primacía de la diferenciación. Dejamos este eje que, en todo
caso, será tratado en otra publicación; lo traemos a colación sólo para ayudar
a una mejor comprensión de qué entendemos por “objeto”.
Los objetos son signos: por lo tanto el eje del objeto se refiere a signos, está conformado por
signos. De acuerdo a lo desarrollado en este artículo, los objetos derivan de la significación.
No queremos decir que las personas, formalmente mediadas por los sujetos
que las constituyen, no adoptan, usen o consuman cosas en la forma de
propuestas, servicios, bienes o productos. Lo que queremos decir es que todo
este último espectro tomado “en sí”[ii]
no es materia del MV, toda vez que de lo que nos ocupamos es de signos, ya que
todo lo que podríamos calificar como “no signo” –licencia mediante – es materia
de las Ciencias de la Naturaleza (la física, la química, la biología, etc.),
las cuales requieren de los signos para dar cuenta de lo que podríamos
considerar, tentativa y condicionalmente, “no signo”.
Es importante reiterar que los signos resultan del conjunto de complejas
operaciones que resumimos en el concepto de significación.
Recordemos, a la vez, que la significación es la acción por la cual se
llega a que un algo represente a otro algo. Recordemos también que a través de
la acción la significación va renovando las constelaciones de signos, desde la
lengua y cada idioma hasta el más amplio espectro de símbolos; a su vez, la
significación contribuye a la determinación y curso de la acción.
Así dejamos en claro que “ni totalitarismo de los signos ni totalitarismo
de la acción”. En particular, tomamos distancia de quienes impulsan la noción
de que nos constituye la lengua: la articulación / oposición
significación-acción nos humaniza en el más amplio sentido de la expresión, nos
impele a la evolución en las múltiples direcciones que ésta sigue según
distintas formaciones culturales, sociopolíticas y socioeconómicas.
Al tratar a los
objetos como signos comenzamos por basarnos en la teoría saussureana que
establece al respecto:
- que los signos integran sistemas los cuales asignan valor a cada uno de ellos o, si se quiere, que el sentido de un signo es función del lugar relativo que ocupa en el seno de un sistema
- que el signo es una relación, la relación entre significante y significado. Esto implica que no hay significante sin significado ni significado sin significante de modo tal que ambos términos guardan similar valor (tal como sucede en los términos relacionados en toda teoría científica). Desde ya, desacreditamos formulaciones regresivas, que nos retrotraen en última instancia al ser, a la esencia, al wesen, como la de una supuesta “primacía del significante”.
Antes de
ingresar en el desarrollo particular de esta cuestión, según la perspectiva del
Método Vincular, corresponde hacer ciertas consideraciones destinadas a
encuadrar el tratamiento que haremos de esta ordenada.
La primera de
las consideraciones tiene que ver con el abordaje científico. El mismo se sustenta, sobre todo,
en la semiología pero se extiende a través de todas las ciencias de lo humano.
La segunda
consideración se refiere a la complejidad
de los sistemas sígnicos, sea tomado cada uno en particular, sean
tomados todos ellos en general y en sus interrelaciones.
Forman parte de
esta materia cuestiones tales como la relación entre significantes y
significados, la significación como tal,
la narratividad, los mitos, la retórica, la estética, etc., y también
las interrelaciones, pasajes y traducciones de sistema sígnico a sistema
sígnico.
No hay acción o producción
humana que no se inscriba en, por lo menos, un sistema sígnico: desde la lengua que se presenta como el prototípico
hasta los lenguajes audiovisuales, los protocolos, la vestimenta, la moda, lo culinario, la alimentación, la práctica
política, la acción social, la salud, el tránsito (y sus señales), etc. y por supuesto aquellas actividades que
hacen del trabajo específico del signo, una particular orfebrería, su objeto: la totalidad de las artes
(plástica, literatura, cine, etc.), el
diseño o la publicidad. Todas y cada una de las expresiones pertenecientes a
estos sistemas pueden ser "leídos" de la misma manera que un texto
estrictamente lingüístico: por ejemplo, un traje o un vestido, un menú, la
escena de un acto político, una película de Fellini o una puesta teatral de un
drama de Roberto Cossa, un envase o un anuncio.
En congruencia
con lo antedicho, una organización, un referente, una propuesta, un servicio o
un producto pueden ser vistos y analizados como signos (=son signos complejos) y, ante todo, como miembros
de sistemas sígnicos.
La complejidad
de cada signo tiene que ver con que integra sistemas que le dan valor y
sentido, con que resulta de la concurrencia de varios componentes analizables y
perceptibles desde distintas perspectivas.
Entre otras características forma parte de esta complejidad que
- un significante integre redes de significantes que se corresponde con un significado que integra redes de significados.
- un significado integre redes de significados que se corresponde con un significante que integra redes de significantes.
- a la vez estos significados son significantes de otros significados del mismo modo que
- aquellos significantes son significados de otros significantes.
Por ejemplo, un
isotipo de forma geométrica de una marca
de automóviles integra la red de isotipos de marca de automóviles y la
"meta"- red de isotipos en general; tal isotipo refiere a tecnología
de avanzada (significado) que integra los significados, referentes o conceptos
asociados a marcas de automóviles y la meta-red de referentes de los isotipos
en general.
Si partimos del
mismo isotipo, viéndolo desde aquello a que refiere, integra la red y la meta-red ya enunciadas
correspondiéndose con aquellas redes y meta-redes de isotipos de marcas de
automóviles y de marcas en general, respectivamente.
A la vez, el
referente = "tecnología de avanzada" se constituye en el marco de
otra red en significante: "tecnología de avanzada" puede ser
expresión de "iniciativa" (nuevo significado). O, por el otro lado,
la original forma geométrica del isotipo del ejemplo = "forma
geométrica", es referente o significado de la expresión "figura
geométrica ´x´".
En este punto
debemos pasar a la descripción de la relación
significante / significado.
Relación significante/significado

Somos muy
rigurosos en señalar la igualdad de valor de ambos términos, lo cual es lo
mismo que decir que al signo "=" lo sigue a la misma altura el signo
relacional "-".
Sobre la base
de esta relación elemental y constitutiva el Método Vincular hará una extensión
por la cual la totalidad de los objetos conforman sistemas de signos y de forma que
cada uno de tales objetos es un signo.
¿Cómo vemos desde el Método
Vincular esta cuestión?
En primer
lugar, debemos volver a recordar nuestra concepción epistemológica, la
sistémico-relacional, la que parte de que lo real es sistemas de relaciones.
Este enfoque implica, en esta cuestión, que los signos son ante todo relaciones
que forman sistemas. Es como si los
sistemas de signos fueran conjuntos de múltiples barras de separación ( "-"
o "/") interactuantes.
Planteada así
la cosa postulamos que tanto el significante como el significado son elementos
formales: de tal manera así como el objeto es el elemento virtual que se define
por vincularse con el sujeto a su vez "hacia su interior" es la
relación entre aquéllos elementos también formales.
De tal manera,
nos vamos a alejar de Saussure: el fundador de la lingüística nos abrió el
camino, pero como siempre sucede en la ciencia al caminar se reformula. Para nosotros
el significante no es perceptible, no es una huella.
Definimos al significante como el componente
del objeto que entra en relación con el significado; definimos a su vez al
significado como el componente del objeto que entra en relación con el significante.
Cabe hacer
algunas precisiones, aun a riesgo de ser redundantes, considerando que estos
conceptos tienen una larga historia en la cual distintas escuelas y autores los
trataron de manera relativamente diversa.
Una primera
precisión a hacer es en torno al carácter, a nuestro juicio, formal: el
significante y el significado, por lo tanto, no son tangibles, sino pensables.
El significante se expresa a través de lo perceptible, que puede ser
categorizado como indicio, señal, ícono o palabra, pero reside en el seno de
esas expresiones como lo que se relaciona con un determinado significado. Así,
por ejemplo, la palabra vela encierra más de un significante: entre otros,
podemos seleccionar el que alude a la relación con el significado “artefacto luminoso”,
el que remite a la acción y efecto de velar y el que refiere a la pieza de tela
con que una embarcación aprovecha el impulso del viento para desplazarse. En
resumen, “vela” es una palabra que encierra al menos y de acuerdo al ejemplo,
tres significantes relacionados con tres significados. Obviamente, la palabra
“vela” no es un significante: es una expresión
que engloba varias relaciones Ste / Sdo. Tampoco la “cosa” vela es un
significante, ya que también contiene diversas relaciones Ste. / Sdo. en la
medida que puede vincularse con el estado del tiempo, la presencia o ausencia
del viento, la dirección y velocidad de éste, el tipo de nave, etc.
Por esto mismo
que acabamos de exponer se comprende la variedad de interpretaciones a que
puede dar lugar una conducta, una pieza oratoria, un verso, un filme, un
anuncio, etc.
La segunda
precisión tiene que ver con la
naturaleza sistémica: cada relación significante / significado integra una
tendencialmente infinita constelación de relaciones significante / significado.
Siguiendo con el ejemplo, partiendo de lo más inmediato, la “vela” luminosa se
ubica en el paradigma de los artefactos de luz – junto a los “veladores”,
lámparas, arañas y otros – y entra en asociación sintagmática con habitaciones,
paredes, muebles, libros y la vasta variedad de cosas a las que presta su
luminosidad -.
La tercera
precisión hace referencia a que para la especie humana existe lo que está
significado: es decir, lo que para los humanos son signos. Cada cosa ya
conocida como cada cosa que se descubre, se crea o se inventa, integra un
sistema de signos. Por lo tanto, si algo
no es un signo no existe o si algo no existe no existe porque no es un signo.
De tal manera,
cuando hablamos de la segmentación como resultante de la tensión entre
significante y significado, estamos diciendo que los segmentos que priorizan la
Dimensión Significante son los que ponen el acento en la creación, la invención
o lo fundacional: establecemos así cierta sinonimia entre lo significante y lo
instituyente. Significar entendido como instalar un significante es instituir,
es una acción instituyente que puede tener la finalidad de imponer o de crear.
Cuando
señalamos que hay segmentos de la oferta que enfatizan en la Dimensión
Significado nos referimos a los que subrayan el carácter de ya existente o
creado: tienden así a asemejar el significado y lo instituido. Significar
adoptado como reconocer un significado es partir de lo instituido, es una
acción de asunción de lo instituido que puede tener por meta mantener lo
establecido o transformar.
Dimensión Significante
Tres son los Posicionamientos
Vinculares y los correspondientes Segmentos que priorizan la Dimensión
Significante: dos de tales Posicionamientos Vinculares corresponden a la
Primarización y el restante a la Secundarización.
Ya señalamos,
con el fin, sobre todo, de facilitar la comprensión, que podemos asemejar la
Dimensión Significante a la idea de lo instituyente.
Dos son las
grandes áreas -o, si se prefiere, las subdimensiones- que cubre la Dimensión
Significante:
- La invención en la más vasta extensión de la palabra
- El discurso, también en el más amplio sentido, entendido como equivalente a la expresión.
La invención hace referencia a que desde la perspectiva de los segmentos que se ubican
en esta Dimensión los objetos -desde todo tipo de organización hasta propuestas, productos y
servicios- resultan de actos inventivos,
creativos o fundacionales humanos. En términos extremos, implicaría que nada o
muy poco es debido a lo previamente existente.
El discurso contempla la totalidad de las
acciones y de las expresiones por las cuales los
objetos son identificados, conocidos o reconocidos a través de todos los
lenguajes actuales y potenciales: la lengua propiamente dicha, el diseño, el
periodismo, el arte, el cine, la publicidad, etc.
Esto supone la
articulación de innumerables factores y elementos para dar lugar al discurso y
a cada discurso: los modos de producción o las técnicas, los materiales, los
medios de comunicación, la palabra, las imágenes, los colores, etc. Supone
también un espectro de resultantes de tal articulación entre los que se incluye
la presentación, formato o diseño de lo ofrecido, emblemas y divisas, modos
vestimentarios, envases, avisos, isotipos, logotipos, nombres de marcas
institucionales o específicas, etc.
Estamos
extendiendo el concepto de doble articulación que originado en Saussure es
finalmente destacado por Martinet. De hecho nos inspiramos en una teoría
compleja de la doble articulación, ya que para analizar o crear cuanto
participa de la Dimensión Significante lo haremos descomponiendo lo observado o
registrado en sucesivas etapas buscando precisamente los distintos órdenes de
componentes. Por ejemplo, un aviso publicitario gráfico está compuesto por el
nivel icónico y el verbal, a su vez compuestos por iconemas y grafemas, etc.
Resumiendo todo
lo antedicho, digamos que los posicionamientos orientados hacia la Dimensión
Significante y los Segmentos respectivos tienden a:
- Apoyarse en la propia realización destacando el acto fundacional.
Son ejemplos
paradigmáticos el de la organización política que enfatiza haber instaurado una
nueva sociedad, el del empresario que subraya haber inaugurado un rubro
industrial, el del artista que impone su perspectiva desafiando o desechando al
naturalismo o el realismo.
- Priorizar la expresividad, la retorización o la enunciación de lo que se ofrece -remarcando, por ejemplo, el diseño, los emblemas, el nombre de marca, etc.-
Dimensión Significado
Tres son los
Posicionamientos Vinculares y los correspondientes Segmentos que priorizan la
Dimensión Significado: también dos de de ellos corresponden a la Primarización
y el tercero a la Secundarización.
Dos son las
grandes áreas -o, si se prefiere, las subdimensiones- que alberga
la Dimensión Significado:
- La producción, teniendo en cuenta -aun con riesgo de ser considerados redundantes- que usamos este término en un registro sumamente amplio.
- La referenciación, también haciendo la advertencia previa.
La producción es el conjunto de acciones
que hace que algo ya existente se transforme en otro algo. Es obvio que esta
perspectiva implica que nada es a partir de un mero acto de creación o de un
puro hecho fundacional; por el contrario todo sería resultante de lo previamente
conocido y/o existente.
Esta
subdimensión explica en buena medida el interés en el conocimiento de los
objetos, sea por la vía de la magia, de la experiencia, de la racionalidad
clásica o de la ciencia.
La referenciación alude a que los objetos -o los signos- se organizan o
identifican a partir de su referencialidad -o sea, de su naturaleza o de su
concepto-.
Esto implica o
bien una inclinación a basarse en lo que la organización, el líder, la
propuesta, el servicio o el producto es "en sí" (¿cuál es su
esencia?) o a reconocerlos en su intimidad relacional. En este territorio se
hallan las cosas pensadas como tales y también los usos y costumbres. Asimismo
lo integran la moral, las creencias, las ideas y las ciencias (de un modo
peculiar que en otro lugar describiremos).
Aquí pesan,
sobre todo, las funciones y propiedades, los destinos, las modalidades de
adopción, empleo o consumo tanto vigentes como potenciales.
Digamos
entonces que los posicionamientos centrados en la dimensión significado y en
los segmentos que los constituyen optan por:
- considerar que la realidad es previa a la acción humana y que ésta -produciendo- lo que hace es integrarse, con su sello propio, al movimiento de transformación característico de la Naturaleza misma.
- enfatizar el papel de lo que se ofrece "en sí mismo" o según su concepto, tendiendo a suponer que lo que "lo rodea o lo envuelve" es accesorio, cosmético o complementario.
Sí vale
aclarar, por si no fue suficientemente precisado, que también estamos empleando,
aquí, el vocablo "realidad" en un sentido amplio: no sólo incluye "las cosas"
o los hechos sino también las ideas, las creencias, los usos y costumbres, los
conceptos; en pocas palabras, cuanto puede considerarse que antecede al
discurso que habrá de "vestirlo" (dicho esto último por la percepción
que estos segmentos tienen de lo discursivo).
Comparación entre las dimensiones significante
y significado
Mientras la
dimensión significante pone el acento en el acto inventivo, creativo o
fundacional la dimensión significado remarca la preexistencia de lo que
considera la realidad.
Congruentemente
la dimensión significado prioriza lo referencial en toda su vasta acepción
mientras que la significante destaca lo discursivo.
El siguiente cuadro compendia estas
diferencias básicas:
Dimensión Significante
|
Dimensión Significado
|
Invención
|
Producción
|
Discurso
|
Referenciación
|
Vale sí
puntualizar muy señaladamente que las
diferencias entre ambas dimensiones es de centración o de énfasis.
O sea, no hay
que suponer que los posicionamientos y segmentos orientados hacia la dimensión
significante sólo atiendan a la creación y al discurso y descuiden la
producción, incluyendo lo preexistente, y la referenciación. Tampoco los
posicionamientos y segmentos orientados hacia la dimensión significado se ciñen
a la producción (y lo preexistente) y la referenciación desconociendo la
creación y el discurso.
Seguidamente
exponemos un ejemplo que probablemente contribuya a entender estos desarrollos.
Un sector en el
cual la polémica acerca de en qué dimensión hay que instalarse es el de la
publicidad. Justamente puede establecerse que en esta especialidad se dan dos
grandes enfoques antagónicos.
Uno es el de
los publicitarios que sostienen que el producto "no es antes" de la
campaña que lo instala socialmente: concretamente, el sentido es construído, o
si se quiere, lo publicitado obtiene su identidad a partir del mensaje.
El otro es de quienes sostienen que la publicidad sólo
refleja o sólo debe reflejar lo que el producto es per se, comunicando siempre
honestamente, basándose rigurosamente en "la verdad".
De tal manera, podemos decir que los publicitarios tienden a segmentarse entre
aquellos que potencian la dimensión significante y los que privilegian la
dimensión significado; también los que opinan sobre la misma, sea con
posiciones que la desacreditan, sea con posiciones que la valoran.
Acerca de tres pares de conceptos a tener en cuenta
En relación con
el status de signos que otorgamos a los objetos vale considerar tres parejas de
conceptos que son de gran aplicación en nuestros análisis.
El primero de
tales pares, inaugurado por Saussure en la Lingüística, es el constituído por
los conceptos paradigma - sintagma. Todo tema o problemática que tratemos también
puede ser ordenado según lo que se desprende del empleo de este par. Por
ejemplo, en la creatividad hay proyección del sintagma sobre el paradigma o del
paradigma sobre el sintagma.
Vale lo mismo
para el considerado por la Retórica conformado por metáfora-metonimia.
El tercero es
introducido por Freud: condensación –
desplazamiento.
Subrayamos la
diferenciación entre los tres campos epistémicos y rechazamos correspondencias
unívocas, como las que llevan a fijar como sinónimos paradigma, metáfora y
condensación por un lado, y sintagma, metonimia y desplazamiento por el otro.
El eje de la
selección y la combinación o paradigma - sintagma propio del primer
par, el de la similaridad y la contigüidad o metáfora
– metonimia en que se basa el segundo y el de condensación – desplazamiento del tercero están siempre plenamente
presentes en cada problema que afrontamos dentro de la materia que tratamos.
No sólo no
convalidamos (y en esto seguimos a Metz) las rígidas correspondencias entre los
términos de estos pares, sino que los ajustamos a nuestro enfoque
sistémico-relacional. Concretamente esto significa que al analizar nos
preguntamos: ¿cómo se percibe
el cruce de paradigma y sintagma en este objeto?; ¿cuál es el componente metafórico y cuál el metonímico? ¿qué condensa y qué desplaza?
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