jueves, 23 de enero de 2020

EL RUGBY Y LA VIOLENCIA SEGÚN EL MÉTODO VINCULAR





Rubén Rojas Breu


EL RUGBY Y LA VIOLENCIA SEGÚN EL MÉTODO VINCULAR

Índice temático

  • Por qué de este texto y consideraciones introductorias
  • Definiciones y un poco de Historia
  • Sobre el rugby
  • Deporte según el Método Vincular
  • Violencia según el Método Vincular
  • El comportamiento "en manada" y el asesinato de Fernando Báez Sosa
  • El deporte rugby
  • El ambiente del rugby

Porqué de este texto y consideraciones introductorias

Con motivo del asesinato en Villa Gesell de Fernando Báez Sosa el sábado 18 de enero por la madrugada, una fuerte conmoción sacude a la Argentina y aún más allá de sus fronteras.

Además de la  intervención de la Justicia y la Policía Bonaerense, lo cual dio lugar a las pertinentes acciones legales con la esperable sanción para los responsables del acto criminal, una condena social generalizada surgió, como no podía ser de otra manera.

Infinidad de opiniones de especialistas, periodistas, referentes, dirigentes y ciudadanos en general se superponen en todos los medios de comunicación masiva. 

El tema se impone en la televisión, en la prensa gráfica, en radios, en redes virtuales y todo medio, así como en las charlas familiares, entre amigos y vecinos. 

Ante tanta conmoción que el asesinato genera,  emergen los más diversos comentarios que, como siempre sucede, sólo alimentan la confusión y no tienen otro propósito que una fracasada catarsis, por lo que me veo en la obligación de encarar el tema desde la perspectiva de mi creación, el Método Vincular.

Es motivo de preocupación para quienes producimos ciencia, investigamos científicamente y formamos en la ciencia, que se apele a razones exógenas no pertinentes – e inconsistentes – para dar cuenta del comportamiento criminal. 

Por ejemplo, hay quienes se ciñen a responsabilizar a la práctica del rugby, cuando esas conductas colectivas indeseables son llevadas a cabo también por practicantes de otros deportes o por no deportistas.

Otros enfatizan en el consumo del alcohol, consumo por cierto objetable y, repudiable cuando se comete en exceso, pero no todo ebrio sale a matar. Es un agravante o un condicionante, pero no llega a ser causal excluyente.

Hay quienes culpabilizan a madres y padres, familias, la escuela, los clubes o distintos lugares de pertenencia de los ocasionales asesinos, sin tener en cuenta que en esos mismos hogares e instituciones hay otras personas que se conducen muy civilizadamente. 

No pretendo exculpar a nadie ni a ninguna organización en particular, pero tampoco incurrir en el chivato, en buscar chivos expiatorios para simplificar una problemática que no se resuelve con meras acusaciones, a veces sin fundamento.

Para determinar si hay culpa y en qué grado de las familias, de las instituciones educativas y deportivas, hay que introducirse en el funcionamiento íntimo de las mismas, y no es el caso aquí, no son las fuentes en las que se basa este artículo. 

El Método Vincular funda la ciencia de lo humano que tiene por objeto la interacción social en los campos social propiamente dicho, político y el mercado. 

Habrá lectoras y lectores ya informados sobre el Método Vincular y otras y otros que no, a quienes remito: 


  • a mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia (Eds. Cooperativas, CABA, 2002)

  • y a publicaciones en rubenrojasbreu.blogspot.com

Voy a hacer el intento de escribir este texto de la manera más didáctica posible, pero igualmente quien lo lea quizá necesite recurrir al libro y publicaciones antes citadas.


Definiciones y un poco, sólo un poco, de historia

Tanto definir como historiar el rugby, el deporte y la violencia supondría inacabables tratados ya que es casi como hablar de la historia de la humanidad en todas las latitudes, y desde la prehistoria, desde el paleolítico cuando menos o, más aún, desde los primeros homínidos.

Tratándose el rugby de un deporte, legitimado como tal, incluyo en este artículo, discúlpese la redundancia, al deporte como tema. 

Hay cierto consenso en que el deporte como se practica hoy nace en nuestra era, la Edad Contemporánea, hacia dos siglos atrás, pero también debemos tener en cuenta que los antiguos Juegos Olímpicos de la Hélade (Grecia) eran normados, tenían características similares a las prácticas actuales.

Una premisa es la de que hay una íntima vinculación, desde siempre, entre el deporte y la violencia. Esto aclaro desde ya no significa que el deporte, ningún deporte, propicie la violencia; como se verá, apunto en otra dirección.

También hay conexiones intrínsecas entre el deporte, la religión, la vida en comunidad para su fortalecimiento o, incluso, el logro del sustento empezando por la alimentación (la caza). 

Además, es muy difícil trazar la frontera precisa, una frontera dibujada con el Autocad, entre violencia y no violencia, entre violencia y agresividad, incluso entre violencia y, paradójicamente, amor: como dice el refrán “hay amores que matan”, lo cual alude a una de las causantes de la violencia de género que tanto nos golpea.

Al mismo tiempo, estamos obligados a establecer cierta precisión para conceptualizar, por lo cual voy a sumergir a la lectora y el lector en algunas definiciones, como preámbulo para luego desarrollar el tema según el título de esta publicación.

Según el diccionario de la Real Academia Española, deporte significa:


  • Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas

  • Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre.

Por su parte, la Carta Europea del Deporte lo define así: “Todas las formas de actividades físicas que mediante una participación organizada o no, tienen como objetivo la expresión o la mejora de la condición física y psíquica, el desarrollo de las relaciones sociales o la obtención de resultados en competiciones de todos los niveles”.

En lo que se relaciona con la violencia, el deporte, ya desde la Antigüedad, muestra vínculos con los enfrentamientos entre comunidades tribales, con la guerra y con la caza.

Es una relación bidireccional, ya que el deporte preparaba, adiestraba, para la caza, enfrentamientos y las guerras y al mismo tiempo, 


  • predisponía a resolver por vía pacífica los conflictos o darse treguas, tal era el propósito de los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia o duelos y torneos en distintas culturas,

  • la caza, enfrentamiento y guerras dejaban enseñanzas, penosas enseñanzas desde luego, para mejorar el ejercicio deportivo.

La caza, desde antaño y, sobre todo, desde el medioevo europeo era todo un entrenamiento para la guerra: reyes, príncipes, nobles y jefes militares la practicaban no sólo para afinar su puntería, aprender a matar, endurecer el corazón o anular la sensibilidad, sino también para generar tácticas bélicas. 

Vale subrayar que en la definición de deporte de la Carta Europea se incluye el propósito de “mejora de la condición física y psíquica”, propósito que enlaza con varias actividades humanas y, entre ellas, la de estar preparado para combatir, aunque no lo mencione explícitamente.

Un soldado, y qué decir de un comando, requiere óptimas condiciones físicas y psíquicas; es impensable que los militares no hagan deportes, empezando por la gimnasia y la natación.

Según el diccionario de la RAE, violencia significa:


  • dicho de una persona que actúa con ímpetu y fuerza y se deja llevar por la ira,

  • que implica una fuerza e intensidad extraordinarias,

  • que implica el uso de la fuerza, física o moral,

  • que está fuera de su natural estado, situación o modo.

Según la OMS “la violencia es el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, a otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte”.

Fuerza, ira y descontrol son las notas más destacadas de estas acepciones que seleccioné del diccionario de la RAE, las que mejor ilustran lo que aquí expongo.
Uso intencional de la fuerza que puede tener como consecuencia la muerte, es lo más destacable de la definición de la OMS para tener en cuenta en este artículo.

Mientras que en el deporte hay entrenamiento, sujeción a normas, incluso placer o ganas de pasatiempo, en la violencia hay desenfreno, ausencia de reglas, desborde, fuerza que sobrepasa los límites y capacidades de las personas. 

En tanto que el deporte es competición el desborde que supone la violencia implica imposición, por la fuerza. 

En un caso hay fuerzas en pugna que se ajustan a objetivos y acuerdos; en el otro caso, la violencia, todo indica que es una fuerza que se impone tanto sobre la persona que la ejerce o las personas que la ejercen, rebasándolas, como sobre otra u otras que son objeto de ataque, son las víctimas. 

Lo destacable es que el deporte entrena y forma para el uso de la fuerza, pero con fines pautados, debidamente determinados, sea en el marco de la competencia pacífica entre contendientes, sea en el campo de batalla, campo en el cual también rigen normas (que, si se transgreden, implican crímenes de guerra o de lesa humanidad, de lo cual el nazismo fue la expresión más sanguinaria de la historia). 

Según Klausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, por lo tanto:


  • la guerra tiene y debe tener, en el campo de batalla, los mismos fines y reglas que la política en la vida civil,

  • no hay guerra por fuera de la política, no hay guerra sin política, no hay guerra sin decisión política; es decir, lo bélico se desprende de lo civil -y civilizado ( o así debería ser) -.

Según Sun Tzu (2.500 A.C.) el auténtico estratega debe trazarse un plan y disponer sus fuerzas de tal manera que obligue al enemigo a rendirse sin dar batalla; o sea, rendirse políticamente, rendirse en paz. 

La guerra ideal supone la ausencia de guerra según el tan pretérito genio militar chino.

Una conclusión hasta acá: quienes asesinaron “en manada” o “en patota” a Fernando Báez Sosa lo hicieron desconociendo los alcances y límites tanto de la práctica deportiva como de ese modo de resolución violenta de los conflictos que es la guerra. 

Aplicando la ley de la dialéctica marxista que Engels enuncia como la de la “unidad y oposición de los contrarios”, ley universal según la cual en un mismo proceso los opuestos están unidos por coparticipar del mismo al tiempo que se encuentran en lucha, es aplicable en el deporte y en la guerra.

En ambos casos, unidos por la práctica o por la confrontación la cual sería imposible sin los contrarios, estos luchan para imponerse sobre el otro. 

Lo característico del ataque en manada a Fernando Báez, como en cualquier situación similar en la que se produzcan violación, lesiones o muerte, es que no hay contrarios.

Los contrarios suponen paridad o, al menos, los contendientes parten de tal premisa antes de confrontarse: es un competidor contra otro, un equipo contra otro, un ejército contra otro. Cualquiera puede, hipotéticamente, alzarse con la victoria o ser derrotado.

Se dirá que el equipo que está último en la tabla no tiene paridad con el que la encabeza o que el tenista que ocupa la posición ciento cincuenta está perdido antes de empezar el partido contra el que se ubica en las diez primeras posiciones. Sin embargo, para el presunto derrotado en la previa, puede llegar a darse, si no el improbable éxito en términos ideales o absolutos, sí el relativo si logra concretar uno o más tantos (goles, sets o games), lo suficiente como para darle oportunidades para el futuro.

Y se enfrentan en un marco reglado, con arbitrajes, en un escenario determinado y especialmente dispuesto para tales fines, etc. El mismo razonamiento vale para un enfrentamiento bélico: incluso, cuántas veces un ejército victorioso en el campo de batalla perdió luego en el terreno político; sigue esto sucediendo. Existe la noción de “triunfo pírrico”.

En el ataque extremadamente violento de una patota contra alguien indefenso, el de muchos -para más entrenados- contra uno, no hay unidad y lucha en simultáneo, no hay paridad como premisa.

La patota apuesta con total seguridad a la obtención de su logro; no compite. 

La patota busca someter, dominar, humillar al débil – no al igual –. 

En el orden más macrosocial, el comportamiento de la patota es semejante al de una fuerza militarizada invadiendo a sangre y fuego una aldea habitada por niños, mujeres y ancianos, obviamente desarmados, aprovechando que los varones están en el frente de batalla. 

De tal manera, el comportamiento en manada o patotero no está definido por la competencia o por la lucha sino por el dominio a toda costa, por la imposición del propio poder que se retroalimenta a sí mismo. La víctima no es un enemigo derrotado, sino el testimonio penoso de la superioridad como valor y de la fuerza como instrumento letal. 

La víctima violada, malherida o asesinada testimonia la capacidad, la disposición de la patota de exhibir su poder saltando todos los límites.

Veremos cómo se llega a eso, en qué se sostiene ese comportamiento.

Desde ya, descartemos la testosterona, el alcohol, la práctica deportiva específica (aún las más agresivas, como el rugby, las artes marciales, la lucha libre o el boxeo), las drogas. Todos estos insumos son coadyuvantes, son agravantes, pero no causales últimos.


El deporte rugby

Hay información muy diversa sobre la historia del rugby.

Hay quienes suponen que ya los antiguos griegos practicaban un antecedente de este deporte o que más acá en el tiempo era jugado en poblaciones de Irlanda y Escocia. 

También hay fuentes que sostienen que Francia fue el primer país que le da el perfil aproximado al rugby actual.

Por otro lado, la creencia más extendida es que en 1823 el estudiante inglés William Webb Ellis, en un partido de fútbol, tuvo la ocurrencia de tomar la pelota con las manos y correr hasta alcanzar el arco rival y concretar el gol.

El nombre se debe a que se jugó en la Rugby School, de la ciudad del mismo nombre. 

Lo que importa tomar de los distintos relatos es que se trata de un deporte que ya tiene sobrada tradición y una difusión bastante generalizada, así como que acontecimientos violentos llevados a cabo por sus jugadores de distintas latitudes fuera de la cancha no parecen ser frecuentes ni mucho menos sistemáticos. Quizá las barras bravas del fútbol de gran parte del planeta, sobre todo de nuestro país, de otros países latinoamericanos, de Inglaterra e Italia hayan cometido más desmanes, incluyendo muertes. 

Personalmente prefiero de lejos el fútbol al rugby, el cual está lejos de mis gustos, pero procuro ser objetivo.

Un lord inglés, cuyo nombre es inhallable, afirmó: “el fútbol es un deporte de caballeros practicado por bestias, el rugby un deporte de bestias practicado por caballeros y el llamado `fútbol americano (de los EEUU de Washington)´es un deporte de bestias jugado por bestias”.

Como se ve, el rugby está signado como deporte de caballeros, lo cual, por supuesto en términos de los valores aristocráticos, supone el respeto por el rival, por los arbitrajes y por las normas. A tal punto se da tal caballerosidad que existe la figura del tercer tiempo en el que confraternizan equipos rivales y árbitros. 

Es un deporte que, por tomar contacto con el adversario sobre la base de la fuerza, impone necesariamente extremar las reglas y dotar de máxima autoridad al arbitraje para evitar el paso de competición deportiva a confrontación desaforada.

En términos aproximadamente psicoanalíticos, es como si el rugby extremara el poder de un Superyó colectivo, reflejado a su vez en cada superyó personal, para garantizar que el objetivo del deporte prime sobre los impulsos de los participantes o rugbistas. 

El resultado sería que justamente es una práctica deportiva que fortalece el Superyó y que estimula la inhibición de la violencia inconducente o como fin. De alguna manera, se iguala a los deportes basados en la lucha – lucha como tal en todas sus variantes, boxeo, artes marciales, etc. – la cual, para ser practicada, exige respetar al rival, ya que de no respetarse tal premisa se tornaría inviable, impracticable, imposible. 

Son deportes en los cuales quien lo practica debe asumir activamente una disociación instrumental: el adversario no es un enemigo a destruir sino el partenaire insoslayable para hacer posible la competición. 

O sea, ley dialéctica de la unidad y lucha de los contrarios, aplicada en un sentido diferente pero no menos válido, a mi entender, que el de uso habitual para dar cuenta de las formaciones socioeconómicas, o de la política, la cultura o la naturaleza en general. 

Así que, otra conclusión: no es en la práctica del rugby ni en el carácter de rugbistas de los asesinos de Gesell donde debemos buscar la causal básica del acto criminal.



Deporte según el Método Vincular

Hace más de tres décadas fui contratado por una de las marcas líderes de vestimenta deportiva, por cierto, muy famosa y de origen nacional.

Tal como corresponde a mi creación, como cabe hacer según enfatizo, llevé a cabo una investigación cualitativa consistente en la combinación de:


  • Grupos de indagación operativa

  • Entrevistas en profundidad a especialistas y formadores de opinión en moda, indumentaria y deportes,

  • Estudio de cadena de influencia,

  • Análisis comunicológico (comunicacional y semiológico) de corpus de nombres de marcas, isologotipos, lemas o slogans, cortos publicitarios televisivos, avisos en medios gráficos,

  • Relevamientos de opinión en locales de venta de indumentaria deportiva.

Entre los resultados más a propósito para este artículo destaco en primer lugar la definición de deporte que acuñé:

Disciplina que tiene por finalidad la formación de la potencia.

La formación de la potencia implica tanto la dimensión física como la psíquica, intrínsecamente interactuantes, y es, a su vez, un instrumento para otras actividades no deportivas.

Es decir, para mantenerse saludable en general como para actividades que van desde la laboral manual e intelectual hasta, por supuesto, el “monopolio de la violencia” por parte del Estado – fuerzas de seguridad y fuerzas armadas -, el deporte se constituye en una disciplina imprescindible. 

Potencia es un vocablo que tiene varios significados, dependiendo en gran medida de la ciencia o disciplina en la cual se la aplique.

En Física es cantidad de trabajo por unidad de tiempo: trabajo – fuerza o energía aplicada en un cuerpo – en determinado tiempo. Se formula T/t o también P = F.v (potencia igual a fuerza por velocidad). 

En Matemática representa la cantidad de veces que un número se multiplica por sí mismo: 5² (cinco al cuadrado, o sea cinco por cinco).

Para Aristóteles era la “capacidad de ser”, de tornar en acto lo latente, acabadamente reinterpretado por Leibniz quien considera que toda potencia inexorablemente concluirá en acto..

En la primera parte de mi definición de Poder, “la capacidad para pasar de una situación dada A a una situación ideal o aspirada B”, estoy aludiendo a la potencia.

Como sea, la potencia alude a una capacidad para hacer de un algo otro algo, por ejemplo, combinando fuerza con velocidad: un automóvil a cien km/h tiene más capacidad destructiva, si impacta, que otro a treinta por hora. 

La potencia se torna un valor estructurante en el Posicionamiento Vincular Dominancial (ver la Matriz de Posicionamientos Vinculares en el libro ya citado o en rubenrojasbreu.blogspot.com, su gráfico y descripción).

Ese Posicionamiento supone, como la denominación lo sugiere, el dominio sobre el otro, sobre los otros o sobre lo otro. 

Se ubica en la intersección Pn.Ste, es decir en el entrecruzamiento entre Primarización y dimensión Significante.

Esto quiere decir, en los términos más accesibles, que:


  • la Potencia es el valor por excelencia del Posicionamiento Dominancial, lo cual se traduce entre otras manifestaciones, en la tecnología de avanzada, el deporte de alto rendimiento, la competitividad extrema,

  • que corresponde a un Posicionamiento en el cual predomina la configuración endogámica, el no reconocimiento como tal del otro, el culto de la tradición y rituales y, muy particularmente, el liderazgo patriarcal excluyente

  • que ese Posicionamiento tiende a fundar, a instituir, a imponer su cosmovisión, a conquistar, a generar territorios en los más diversos ámbitos ya que prioriza la dimensión significante.

 Ahora bien, el deporte como disciplina que forma la Potencia, se ubica en el Posicionamiento Constructivo como genérico, como el posicionamiento matriz del deporte. 

El deporte puede ocupar, según la manera de concebirlo y practicarlo, cualquiera de los seis Posicionamientos Vinculares: el Dominancial, el Hedonista, el Doméstico, el Mágico, el Constructivo y el Creativo. 

Por ejemplo, el fútbol argentino-uruguayo-brasileño ocupa el Posicionamiento Creativo (= el juego bonito, el de los “lujos”).



Al concluir la investigación cualitativa a la que me referí ut supra, diagnostiqué que la marca ADIDAS ocupaba como marca de indumentaria, como marca específica, el Posicionamiento Dominancial.

Las opiniones sobre la marca, su tradición germánica, las clásicas “tres tiras”, sus mensajes de toda índole fundamentaban ese diagnóstico.

Para destacar: la marca ADIDAS conjugaba inspiraciones espartanas y hobbesianas. 

Su concepción, así como la de sus usuarios más fieles, se basaba en la presunción de que los humanos nacemos “deformes” y que la indumentaria, sobre todo el calzado, producto en el que la marca se afirmaba sustancialmente, debía contribuir a “formatear”, a enderezar, a normalizar.

Esa concepción, manifiestamente se daba en relación a lo corporal, pero latentemente también respecto de lo psíquico, lo cultural, lo social en todo su despliegue. 

En ese abordaje de lo humano, necesariamente se impone una categorización: entre quienes acatan el dictado de la disciplina, del deporte, con el fin de devenir atletas, cuerpos bien formados en “mentes sanas” versus los débiles, los deformes, los retardados.

El ideal del guerrero espartano, del vikingo conquistador, el del héroe elegido por las valquirias se constituía en el referente objeto de deseo a consumar, de culto, de deificación. 

El Posicionamiento Dominancial es objetivamente tan válido y respetable como cualquier otro: no hay Posicionamientos “buenos y malos”, simplemente hay Posicionamientos Vinculares, cada uno de los cuales es ocupado por todas y cada una de las marcas de cualquier rubro, organizaciones políticas nacionales e internacionales, organizaciones sociales de toda clase, clubes e instituciones diversas, países, etc.

Que ocupe ADIDAS ese Posicionamiento es un dato, simplemente un dato, y para dicha marca un dato valioso porque ese Posicionamiento Vincular Dominancial da cuenta, en su caso, de su éxito. 

La problemática a afrontar es cuando lo que representa a un Posicionamiento, se absolutiza, se encarna en despotismo, finalmente en violencia, violencia desaforada, en el campo de las interacciones sociales. 

Sobre eso, lo que sigue.

Antes de dar paso al punto siguiente, debo precisar que el deporte es una actividad constitutiva de lo humano: es impensable la vida humana sin el ejercicio del deporte.

Su contribución a la salud, la que según la definición de la OMS es “un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad", es indiscutible. 

Al mismo tiempo, el deporte está fundamentalmente vinculado a la paz y la amistad entre naciones y pueblos, al punto que ésa fue la finalidad original de los Juegos Olímpicos de la antigua Hélade y también de los que tenemos en vigencia desde 1896. 
La estupenda y original película italiana, comedia, de Gabriele Salvatores, Mediterráneo, ilustra lo antedicho, película en la cual soldados italianos, invasores, partido de fútbol mediante, terminan confraternizando con los habitantes de una aldea griega por ellos ocupada.



Violencia según el Método Vincular

Acá voy a referirme a la violencia fuera de toda regla, fuera de toda convención, fuera de toda restricción o justificación. Es decir, a la violencia según las acepciones del diccionario de la RAE y de la OMS al principio enunciadas. 

Por lo tanto, la violencia entendida como uso de la fuerza con fines convenidos, sea por parte de los estados para, por ejemplo, reprimir el crimen, las guerras o de las insurrecciones armadas que procuran la liberación de sus naciones y pueblos no están en consideración acá, más allá de que lo que exponga a continuación pueda aplicarse también, al menos parcialmente, a este tipo de violencia. 

En concreto, voy centrarme en la violencia que ejercen agrupamientos de humanos hasta el punto de cometer algún tipo de crimen, particularmente violación o asesinato.

Ya me referí en el punto anterior a la Matriz de Posicionamientos Vinculares, dejando en claro que cada PV resulta de la intersección de dos ejes: 


  • uno en cuyos extremos tenemos la Primarización y la Secundarización,

  • otro cuyos polos están dados por la dimensión Significante y la dimensión Significado.

La violencia  desaforada la vamos a explicar a partir la absolutización de la Primarización; es decir, la Primarización llevada al extremo.

Empezamos por describir las características más relevantes de la Primarización para los fines de este artículo.

Primarización es la cultura ordenada en torno a lo Primario: esta aparente obviedad se diluye cuando encaramos la correspondiente definición.

Lo Primario es el funcionamiento basado en la identificación en cierto modo equivalente a la indiferenciación, entendidas en su amplísimo registro el cual incluye las más variadas dimensiones de la Cultura.
 
Puede definirse también como la tendencia a la configuración endogámica.
Se trata de indiferenciación en las relaciones con los otros, con lo otro y con el Otro -incluyendo, desde luego, lo otro en uno mismo-. 

También respecto del conocimiento, del tiempo, de la organización del espacio, de los valores, del liderazgo y, reiteremos, cuanto está contenido en la vasta acepción de Cultura.


Las notas básicas son:


La asimilación continua a lo ya conocido o, lo que es lo mismo, el no reconocimiento de que lo desconocido es de una naturaleza distinta que requiere ser percibida en su peculiaridad.

La transgeneracionalidad, o sea la disposición a repetir los comportamientos de las generaciones anteriores, particularmente a partir del entramado de las identificaciones en los grupos familiares y grupos de pertenencia constitutivos. Entonces, lo que se da es la conservación de patrones de comportamiento a menudo ancestrales.
Las fraternidades o sociedades secretas, muy típicas entre anglosajones, expresan esto. Se reproducen, más allá de innovaciones epidérmicas, a lo largo de décadas y hasta de siglos; se reproducen en su cultura como tal con sus costumbres, íconos, rituales, valores, creencias, todo con el objeto de sentirse predestinados y, también, “inmortales”.


La proclividad por la fusión, o sea a identificarse a tal punto con otros que los límites entre el yo y los demás, entre los unos y los otros se desdibujan, incluso sustituyendo el yo por el colectivo sea en la forma de grupo desde la “familia unita” hasta los grupos de pertenencia cerrados y de élite

 La confusión como derivado de lo anterior. Confusión de identidades, de lugares, de roles, de valores y de los más variados aspectos que hacen a la interacción humana.

La bipolarización cuya ceca es la negación de la terceridad. Característica esencial de la dinámica polemógena en este caso es la formulación de la inexorable divisoria amigo o enemigo. No hay terceras posiciones posibles según esta perspectiva ni tampoco el genuino reconocimiento de las diferencias; justamente, para evitar ese reconocimiento el distinto pasa a ser el enemigo que idealmente hay que anular a fin de preservar la idea de la absoluta igualdad, de que todos los que pertenecen al mismo grupo son "los únicos".  

Con respecto al Deseo, el impulso a la satisfacción absoluta y sin demoras.

Una particular bipolarización tiene el lugar protagónico dentro del campo de la Primarización: Placer vs. Mandato.

Cuando la Primarización es absolutizada, llevada al extremo, y particularmente en el marco del Posicionamiento Dominancial, tenemos que:
 
Lo desconocido es repudiado, descalificado, denigrado y objeto de humillación porque es visto como no humano,

La transgeneracionalidad se exagera de modo de asegurar la identidad tipo blasón, como si el escudo familiar o el de la institución exclusiva o el de la barra de pares fuese atemporal, eterna, proviniera del principio de los tiempos y, por lo tanto, puede atribuírsele origen divino.

La fusión se extrema al punto que el colectivo, el “todos somos uno”, hace que se constituya algo así como un único “cuerpo-mente”, como si cada integrante compartiera la misma cabeza y fuera el tentáculo de un mismo pulpo. Así, se alcanza el máximo nivel de potencia y el borrado de las diferencias genera el sentimiento de impunidad: ¿a quién culpar? 

Se reniega por completo de la Ley y de las leyes, sustituidas por el mandato del grupo totalmente fusionado que actúa como un único organismo.
En la polaridad mandato vs. placer, se impone el mandato, el mandato de la pertenencia grupal, de la barra, de la pandilla, de la “manada”. 

Ese mandato impone dominar y, para eso, definir un enemigo al cual eliminar, real o virtualmente, según sea la situación. 

Si el enemigo derrotado es fuerte, el grupo suma esa fuerza en búsqueda de la omnipotencia y conlleva la celebración, la euforia, la exaltación de sí. 
Si el enemigo derrotado es débil, el grupo se confirma como abanderado del exterminio de lo desvalorizado, de lo que el mandato patriarcal más rechaza ya que la debilidad es un sinónimo tanto de lo inservible como de lo que hay que evitar: es decir, se vence a lo inútil que parasita y se elimina, a la vez, todo vestigio de complacencia con propias debilidades: 
 
manifiestamente se acaba con el débil externo y expuesto, 
 
latentemente se triunfa sobre los propios aspectos débiles inconscientemente rechazados. 
Si un miembro de la pandilla, la patota, la barra, el grupo extremadamente primarizado, no agrede se revela como débil y pone en riesgo su derecho a la pertenencia, incluso su integridad física o su salud psíquica. 

En cualquier caso, se trata de acabar con el enemigo, el cual a la vez es necesario para afirmarse – de nuevo la “ley de la unidad y lucha de los contrarios” -, de modo tal que aquél (el enemigo derrotado) requiere ser reemplazado por uno nuevo, en una vorágine sin fin. Quedarse sin enemigos significaría la propia extinción. 

La búsqueda de la satisfacción absoluta y sin demoras resulta exitosa cuando el dominio sobre ese otro ubicado como enemigo, la conquista de su territorio y posesiones, la intimidación irrefrenable, se plasman.

La Primarización es un modo de interacción propio de lo humano y presente en todas las organizaciones, grupos y áreas, incluso en ámbitos y entre actores que se puedan categorizar como “racionales”, “cultos”, “educados”.

Lo que desarrollé en este punto, en su segundo tramo, es la versión extrema, “desbocada”, desprendida de toda inhibición de la Primarización que se evidencia en la conducta de agrupamientos de humanos que ejercen la violencia hasta el punto de cometer algún tipo de crimen, particularmente violación o asesinato.

La conclusión por excelencia es que este tipo de violencia, propia de esos agrupamientos, se explica por la Primarización llevada a su nivel más extremo, terminal, descomunal, carente de toda inhibición.

Tal es la conclusión aplicando mi creación, el Método Vincular.

Un deporte en particular, sobre todo los más agresivos (el rugby entre ellos), el consumo de alcohol y drogas, la “locura”, vértigo o descontrol estimulado por los boliches, el rol de familias e instituciones diversas y otras tan meneadas causales remiten a la figura del deus ex machina, son explicaciones exógenas, “exteriores” al fenómeno de la violencia que acá analizamos.

NO estoy afirmando que todos esos actores, factores y ámbitos sean inocentes, de ninguna manera. Les cabe responsabilidad y merecen también seguramente ser juzgados, sancionados, reeducados o encarrilados, pero ninguno por sí mismo -ni tampoco su sumatoria- dan cuenta de la violencia de agrupamientos desenfrenados.

Para el Método Vincular se trata de explicar en el seno mismo de la dramática humana, de las interacciones sociales y de las relaciones de poder, partiendo de la premisa de definir al Deseo como el vínculo “interactivo” entre deseante y deseable; no hay Deseo sin este vínculo.


El comportamiento “en manada” y el asesinato de Fernando Báez Sosa

Primero, una aclaración metodológica

Para escribir este punto, acerca del asesinato cometido en Villa Gesell por un agrupamiento de rugbistas, durante cinco días registré información y opiniones difundidas a través de los diversos medios audiovisuales, gráficos, radiales y redes virtuales. 

De tal manera, atendí a noticias, así como a comentarios de periodistas, especialistas, deportistas y público en general. 

Es decir, hago el siguiente análisis sobre la base de una importante masa crítica de manifestaciones de lo más variadas, por lo cual busco asegurar un abordaje epistemológicamente sustentable, objetivo y no prejuicioso.

Debo llamar la atención sobre comentarios, análisis y consejos llevados a cabo por profesionales de la psiquiatría, el psicoanálisis y la psicología a raíz de que, salvo algunas excepciones puntuales, son no pertinentes. Incluso, recomendaría no tenerlos en cuenta porque llevan a conclusiones prejuiciosas y a poner el acento en enfoques exógenos, sobre lo cual ya advertí en el presente artículo.

Doy un ejemplo: en un canal de televisión líder con sede en CABA, un psicoanalista mezcló como causales la testosterona que irrumpe, el consumo de alcohol y la carencia de función paterna. 

La edad de los atacantes de Fernando Báez se ubica en los veinte, por lo tanto, si bien la testosterona está segregando con el máximo vigor, ya sucede desde años atrás para ese tramo de edad: no irrumpe a esa altura sino bastante antes.

Sobre el consumo de alcohol ya señalé que siendo, por supuesto, atentatorio contra la salud, el autocontrol, las inhibiciones adaptativas que facilitan la convivencia, no deja de ser un coadyuvante de peso, pero no es per se causal. Esta explicación se refugia de un modo facilista en lo que se tiene a mano y logra fácil penetración e identificación, deja conforme a quien escucha en el mejor de los casos, pero no da cuenta de un comportamiento de la complejidad del que estamos poniendo bajo análisis.

Obsérvese que uno de los acusados, con el fin de mejorar su situación procesal, alega que se trató de una “pelea en la que se encontraban borrachos”; así que el consumo de alcohol puede ser usado para justificar un acto criminal. ¿Toda persona en estado de ebriedad comete desmanes, viola o asesina? 

Aconsejó en situaciones en que un agrupamiento violento se manifiesta, alejarse del mismo, a la manera en que alguien puede entregar dócilmente sus pertenencias a un asaltante con el fin de preservar su vida. Es un consejo inadecuado y hasta contraproducente, ya que cuando un agrupamiento se desboca y sale a la caza, tanto la resistencia como la pasividad pueden alterarlo. Fue el caso: Fernando, al momento de ser ultimado, se encontraba lejos de la escena original, compartiendo helado con su pareja; la patota lo localizó y lo atacó.
Lo atacó cuando se hallaba en plena situación de vulnerabilidad y porque para la manada había sido intruso en lo que consideraba su territorio. Lo atacó y asesinó por débil y por ingresar, según la horda criminal, en un territorio propio, exclusivo, como si fuera una extensión de su palacio o el coto de caza de su castillo. 

La manera de preservar la vida y neutralizar o evitar los comportamientos patoteros es a través de la terceridad en toda su dimensión: implica el rol del Estado, de la Política, gobiernos, instituciones de todo el espectro, la educación y el compromiso de la sociedad. 

La ciencia nos obliga, nos impone, a dar cuenta de los procesos y causales intrínsecos y pertinentes, evitando incurrir en el artificio del deus ex machina, inventado en el antiguo teatro griego para un fin pertinente pero que se desnaturaliza cuando se usa para explicar lo que sea. 

Por eso es muy difícil producir ciencia, producir conocimiento científico. 

Es un requisito básico para generar conocimiento científico dar cuenta del objeto bajo investigación o análisis con teorías de alta complejidad, valiéndonos así de conceptos que sean aplicables y sólo aplicables a dicho objeto. 

Por ejemplo, con el consumo excesivo de alcohol se puede explicar desde malestares digestivos hasta la cirrosis, desde la somnolencia o la pérdida de conciencia hasta el coma etílico, desde el descontrol hasta la violación o el asesinato, desde una caída hasta un accidente o incidente de tránsito, etc. El consumo de alcohol -o de drogas- pueden dar cuenta de tantos comportamientos insalubres, inadaptados o abiertamente criminales que terminan por no dar cuenta de nada. Reitero, abusando de la paciencia de la lectora y el lector, que lo ideal es que no se consuma alcohol de manera imprudente y que ciertamente el exceso puede coadyuvar para la realización de actos que afectan la integridad y la vida, pero eso no significa que nos quedemos ahí. 

Así que, mi análisis se guiará por los requisitos epistemológicos de la endogenia de los procesos y la pertinencia. Más o menos, se remonta a una de las cuatro causas de Aristóteles, la formal, la que da cuenta de que algo “sea lo que es y no otra cosa”.


Segundo, una aclaración terminológica

Con razón, hay quienes se oponen a llamar “manada” al grupo que asesinó en Villa Gesell a Fernando Báez Sosa.

Señalan que manada es “un conjunto de animales” los cuales no tienen por qué ser asemejados a esos criminales.

Proponen usar “patota”: tenemos un problema similar, ya que la palabra, vista con simpatía en otros países latinoamericanos, viene del conjunto de crías que siguen a la pata, la tan querible ave.

Se puede entonces usar “horda”, que nos remite además al concepto de “horda primitiva” acuñado por Darwin y retomado por Freud.

La RAE dice en una de sus acepciones que horda significa “grupo de gente que obra sin disciplina y con violencia”. Pero sucede que horda también son las honrosas comunidades originales, sobre todo nómades, que se desplazaban en tiempos pretéritos. 

Quizá la más adecuada sea pandilla, que según la RAE es “grupo de personas que se asocian con fines delictivos o embaucadores”. Pero, de todos modos, es una palabra un poco anacrónica y que carece de fuerza para enmarcar el comportamiento ultraviolento de los asesinos de Gesell.

Probablemente lo mejor sea optar por cualquiera de los términos antes mencionados, dejando siempre en claro que nos referimos al significado “agrupamiento de humanos que ejercen la violencia hasta el punto de cometer algún tipo de crimen, particularmente violación o asesinato”.

O sea, prestemos más atención al concepto que a la palabra y dejemos que sea el “con-texto” en el cual incluimos el “texto” el que nos permita deducir ese último significado.

Cuando se trata de humanos, nos referimos entonces a comportamientos grupales “en manada”, “patota” o “de horda”.

Lo que importa es que ese agrupamiento criminal es el modo extremo de comportamiento típicamente endogámico propio de la masa en su versión más próxima a lo que Darwin y Freud llamaron la “horda primitiva” que tampoco era tan “horda”. Todo un trabalenguas.

Es decir, como expondremos, se trata de una conducta que se basa en la Primarización llevada a su nivel más extremo, a su absolutización.



La situación desencadenante

Según las informaciones de los medios, todo comenzó en el interior del local Le brique (del fr., se traduce “el ladrillo").

El lugar, como sus similares, tiene sus requisitos de admisión, su diferenciación de salones en el interior, su grupo de “patovicas” para resguardar la seguridad y toda la constelación de estímulos para desatar las “pasiones” de toda índole. 

Se baila, se cumple con el ritual del pogo, se bebe y algo más en un ambiente saturado por demasiada concurrencia, hasta el hacinamiento, por las tendencias a los excesos.

Ya con anterioridad, uno de los acusados había publicado que este año retornarían a “Gesel” (sic) a “completar los desastres que no habían terminado el año anterior”: o sea, anuncio de desmanes, de actos descontrolados vaya a saber con qué fines y qué ulteriores (ahora ya sabemos).

Podría pensarse que el año, lectivo o laboral, en familia y en los marcos de la rutina, es un paréntesis entre dos momentos objetos de deseo: vacaciones seguidas de nuevas vacaciones.

En determinado momento por razones que se desconocen o desconozco se entabla una reyerta entre concurrentes en las cuales Fernando Báez Sosa habría intervenido con el fin de apaciguar; por lo tanto, jugó el rol de pacificador, asumiendo la posición del tercero, quizá en línea con su aspiración a ejercer la abogacía.

Se sabe que Fernando integraba una familia humilde de origen paraguayo, mientras que los intervinientes en uno de los grupos que riñen, grupo que le dará muerte, estaba conformado por rugbistas de Zárate y que, uno de ellos, se había incorporado al CASI, el muy tradicional club de San Isidro. 

Dada esa situación, los patovicas los expulsan a unos y otros, aparentemente sin mayor discernimiento.


El homicidio 

Es decir, que ese personal de seguridad del local, así como dueño y administradores del mismo, lejos de asumir la posición del tercero que ejerce la ley o que la convoca apelando a la policía, se liberan irresponsablemente de la situación de descontrol y sus causantes.

Con ese acto, reitero, irresponsable, lo cual significa “responsabilidad” del local por las condiciones en que todo transcurría en el mismo y por el modo de “sacarse el problema de encima”, la escena se traslada al exterior.

Una vez fuera, no queda claro si por propia decisión o por haber sido arrojado, Fernando se dirige a una heladería a compartir un helado con su novia. 

Allí llegan tiempo después los atacantes quienes se habrían lanzado sobre él sin advertencia y lo golpean hasta matarlo, siendo, según la pericia médica forense un traumatismo de cráneo, que le provoca hemorragia cerebral, la causa del deceso.

Los testimonios, testigos y registros, coinciden en que el ataque fue entre varios, tipo horda o manada, con la decisión de provocar muerte lo que estaría refrendado por la arenga: “¡Matalo, matalo!”.

Luego se retiran del lugar, mientras la víctima es auxiliada, sin éxito. 

Había sido asesinado.


El análisis

Tenemos por un lado los factores intervinientes, no intrínsecamente causales – insisto – a los cuales enuncio en primer lugar para abordar luego el núcleo de la problemática con el análisis pertinente y según el MV.

Esos factores intervinientes son:


  • El boliche, una especie de antro apto para los excesos,

  • La condición de rugbistas de quienes cometieron el acto criminal, lo cual supone entrenamiento en el uso de la fuerza, en la competición de riesgo y en el funcionamiento en equipo,

  • La pertenencia de clase, de casta o de específica configuración social de los acusados, caracterizada por privilegios, prerrogativas y ventajas accesibles para pocos,  

  • Las familias, instituciones educativas, grupos varios de pertenencia propios de los acusados, contrastantes según lo que se difunde con las del occiso.


Como la condición de rugbistas pasó a tener el mayor protagonismo en opiniones, noticias, análisis cuestionables, comentarios en redes y demás parafernalia, voy a referirme al rol del rugby en esta cuestión.


Sobre el rugby 

El rugby es un deporte.

Me siento tentado de completar esa frase con la expresión “… y punto”. Se discute si es de evasión o de contacto; no puedo contribuir al respecto porque no soy experto en el tema. 

Es un deporte que encierra una paradoja, ya que según se cuenta nace de vulnerar las reglas del fútbol, por una jugada atribuida a Ellis y, a la vez, es un deporte muy reglado en el cual rige una alta exigencia en el respeto por sus normas. 

Tan normado que tiene su famoso tercer tiempo y que los árbitros son sumamente respetados.

Es como si se tratara de un deporte que se basa en haber normado al máximo el incumplimiento de una regla. Ese incumplimiento de origen habría dado lugar a su contrario (de nuevo la dialéctica): la mayor normativa posible para un deporte. 

Ese incumplimiento de origen habla de potencia: un jugador demuestra que se puede hacer posible lo que parecía imposible. 

Toda una marca de nacimiento: podemos suponer que el rugby, y los rugbistas, se forman en la premisa de que no hay vallas, no hay obstáculos, no hay límites y que la impotencia o el acatamiento de la posibilidad es una demostración de incompetencia y debilidad.

Quizá eso explique por qué tantos empresarios, referentes y ejecutivos sean rugbistas. 

Ahora bien, esa tendencia a vencer “omnipotentemente” todo desafío es tolerado sólo dentro del campo de juego, cuando se trata de la actividad física.
Por lo visto sí puede ser trasladado anímica o psíquicamente fuera de la cancha para la actividad empresarial o política, para competir en otros ámbitos, pero sin valerse de la fuerza física. 

De tal manera, un rugbista se entrena, compite y gana en el campo de juego valiéndose de todo su cuerpo. Un empresario, un ejecutivo o un dirigente, que practique o haya practicado el rugby, compite y gana sobre la base de sus aptitudes intelectuales en los correspondientes ámbitos.

Esto podemos exponer sobre el rugby como deporte, como deporte legitimado que, incluso, participa en los últimos años de los JJOO.

Todo lleva a diferenciar dicho deporte del ambiente del mismo.

Veremos.


Sobre el ambiente del rugby

De acuerdo a lo que he relevado, hay que diferenciar el deporte “rugby” del “ambiente del rugby”. 
Más concretamente, hay que diferenciar el deporte "rugby" de determinado y delimitado ambiente del rugby.
Ese determinado y delimitado ambiente del rugby está conformado por algunos grupos que alardean de su pertenencia de clase, clase alta, de sus privilegios a los que asumen como sus méritos, de su concepción de casta.
Ese determinado y delimitado ambiente se lo ubica en lugares, en una geografía particular en la que coinciden un territorio exclusivo, una pretensión de linaje, una tendencia a admirar a los poderosos del planeta a los que toman como modelo.
La mayoría de los rugbistas no participan de esa reprobable concepción, de esa cultura a la que se detesta y que es repudiada hasta por tal mayoría de rugbistas que son considerados y respetuosos. Incluso hay que tener en cuenta que la práctica del rugby es muy popular en muchos países, llegando a superar incluso al fútbol, y que en nuestro propio país crecientemente es jugado por chicos y jóvenes de los estratos populares, que mantienen la valoración por su origen y que demuestran sobradamente su humildad y vocación por la solidaridad.

Así que lo que sigue describe a ese determinado y delimitado ambiente del rugby, el de la prepotencia propia de los que se asumen como privilegiados por derecho propio y por supuesto linaje.
 
 

Ese ambiente del rugby, tan de casta, responde, en general, a la configuración endogámica:

  • Grupos cerrados de pertenencia de inserción en las élites o en los sectores más privilegiados,

  • Notorias interconexiones familiares, en las que concurren distintas generaciones,

  • Transgeneracionalidad,

  • Convivencia de los rugbistas en muy variados ámbitos; es decir, un mismo grupo de estos deportistas comparten zona de residencia, incluso familias o familiones, amplios grupos de amigos, escuelas, colegios, universidades, cultos e, incluso, finalmente, lugares de trabajo (empresas, gobiernos, corporaciones diversas, ONGs, etc.).

Es decir, se ubican nítidamente dentro del polo de la Primarización.

Todo dado para extremar la Primarización tal como la describimos anteriormente.

Los lazos entre los miembros de estos grupos extremadamente primarizados, son virtual o simbólicamente consanguíneos, incluyendo, desde ya, los realmente consanguíneos.

Por ejemplo, entre los matadores de Fernando hay hermanos y primos.

En última instancia su mundo es el mundo

Todo territorio al que se desplazan, real o simbólico, es una extensión del propio o un territorio a conquistar con todo lo que hay adentro, con la tendencia, clasificación de género mediante, a apropiarse de las mujeres a como dé lugar y a humillar, dañar o asesinar varones. 

Lo que en el campo de juego es un equipo, que puede ajustarse a reglas dócil y respetuosamente, fuera del mismo, en el “ambiente” deviene horda, patota, tropilla, manada, jauría, piara, pandilla, incluso mafia.

El otro, para ellos,  no es un otro. El otro no es diferente, porque asumir que es diferente significaría reconocerlo. 

El otro, simplemente, no es humano, no es congénere, no forma parte de la misma especie.

El otro y lo otro es el “espécimen” y el territorio en el cual saltarse todas las reglas, porque las reglas se respetan en la cancha.

Ahí la divisoria del ambiente del rugby: 


  • reglas en la cancha, lugar donde se juntan como integrantes del mismo equipo y como adversarios los que realmente existen, iguales por naturaleza, miembros de la especie humana,

  • vulneración de las normas fuera de la cancha, para la cual lo practicado en la misma se torna útil para otros fines, como el de someter, violar, humillar, matar, conquistar, apropiarse.   

Dentro de la cancha hay organización, una organización determinada por la práctica del deporte y todo lo que lo sostiene – clubes, asociaciones nacionales e internacionales, patrocinadores -. 

Se trata de una organización sumamente compleja y aceitada hasta la puntillosidad.

Fuera de la cancha, cuando devienen manada u horda, también hay organización, una organización de otro perfil y con otros fines.

En esa organización extra cancha hay necesariamente un líder, lugartenientes y seguidores que se mueven de consuno, ejerciendo la potencia tal como la Física indica: golpeando duro y velozmente.

Lo aprendido en la cancha, donde reina el Superyó, se torna útil para moverse fuera de la cancha.

Durante el año, la cancha, ese período que hay que transitar para llegar en las mejores condiciones al otro, el de las vacaciones, el del desmadre, el de la pérdida de los límites.

Es este “ambiente” moldeado según la Primarización llevada al extremo y, por lo tanto, basada en una acendrada configuración endogámica la que da cuenta del comportamiento en manada que, como acaba de suceder, culmina en el asesinato de un chico vulnerable.

Ese chico vulnerable, tratado inhumanamente, representó lo más odiado, lo que simboliza la debilidad, la impotencia, el no desafío.

Ese chico vulnerable es el anti Ellis.

Porque la paradoja, el origen, retorna: si Ellis es el ícono, pero en la cancha debemos respetar reglas, ¿en dónde lo imitamos, en dónde lo reencarnamos? ¿En dónde, como Ellis, arrollamos con toda norma para humillar al arco rival?

En el “ambiente” del rugby se trata de rendir culto a la omnipotencia, a la capacidad de superar todo desafío sin respetar reglas (como Ellis), a la superioridad de casta, al dominio patriarcal – tan ancestral como indiscutible -.

Fernando Báez Sosa estaba en el arco contrario, pero no como rival, sino como representación de aquello de lo que hay que renegar, dicho en el sentido freudiano: aquello que hay que desmentir, porque hay que desmentir, negar, que la debilidad también existe.

Sobre esa renegación imperiosa para este tipo de horda, se monta el racismo, el clasismo, el machismo, el despotismo.

Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, enero 23 de 2020