Rubén
Rojas Breu
¿QUÉ
SE JUEGA EN LA SERIE SURCOREANA “EL JUEGO DEL CALAMAR?”
Índice
temático
Advertencia
Contextualizando
Sobre
la serie El juego del calamar
Qué
se juega en la serie El juego del calamar
Conclusión
Advertencia
La
serie El juego del calamar es trivial.
Esta
aseveración no tiene por finalidad impactar ni desconcertar y tampoco es una
mera opinión ni un juicio de valor ni una afirmación prejuiciosa.
Es
un aserto fundado en razones comprobables, verificables.
Es
trivial si se consideran la temática de la que se ocupa y su narrativa: no hay
innovación sino reiteración de lo ya leído o ya visto en cuentos, novelas,
películas y series.
Sin
embargo, es indiscutiblemente exitosa.
Barthes
señaló hace décadas que los grandes relatos ya habían sido escritos, de modo
que en el siglo XX o en nuestra contemporaneidad es prácticamente imposible
encontrar tramas enteramente novedosas; en cambio, señala el semiólogo francés,
cuentos y novelas de la actualidad se diferencian o renuevan a través de los
indicios, a través de detalles particulares que pueden generar interés.
La
serie surcoreana es trivial ya que, aplicando las acepciones del Diccionario de
la Real Academia Española, recurre a lo “vulgarizado, común y sabido de todos”,
a lo “que no sobresale de lo ordinario y común, que carece de toda importancia
y novedad”.
Por
eso esta advertencia: no escribo este artículo motivado por el deslumbramiento
o la admiración ni por la disposición a recomendarla.
Este
artículo obedece al impacto, al nivel de audiencia, la repercusión lograda. Es
un artículo con el que me propongo dar cuenta del porqué una serie que califico
de “trivial” pudo alcanzar tan resonante logro según sus niveles de audiencia,
su celebridad y hasta el interés que despierta entre especialistas,
intelectuales, referentes y medios.
Soy
habitual espectador de películas y, sobre todo, de series surcoreanas, a muchas
de las cuales considero excelentes e inigualables.
En
favor de El juego del calamar destaco como muy valorable la producción,
la estética -notoria en vestuario y escenografía-, la cámara y las magníficas
actuaciones.
Es
entonces una serie que exhibe muy logradamente lo ya sabido,
lo ya relatado en innumerables novelas, filmes y series.
Desde
luego que para quienes no han tomado contacto nunca o lo han hecho escasamente
con relatos similares, la serie puede parecer novedosa, pero lo cierto es que
ha atraído por igual a tales principiantes como a experimentados. Entre dichos
principiantes hay que contar a niñas, niños y adolescentes que se dejaron
atrapar por la serie y que, en casos que se difunden mediáticamente, la
adoptaron al punto de incurrir en imitaciones que espantan a adultas y adultos;
valdría considerar que esta serie no inaugura tales emulaciones ni mucho menos
si se tienen en cuenta difundidos videojuegos. Casos notables son el de Pokémon
go o filmes en los que se narra sobre asesinos múltiples adolescentes en
establecimientos educacionales de los EEUU de Washington.
Resumiendo
todo lo antedicho, las claves del éxito habría que buscarlas no en la
originalidad de lo que se cuenta sino en el impacto que causa lo que se exhibe.
Contextualizando
La
serie surcoreana El juego del calamar ya es todo un suceso y hasta hay
pronósticos que la consideran la más resonante y de mayor alcance de todas las
producciones de este género, incluyendo la muy exitosa La casa de papel
y otras de similar repercusión.
Ya
hace años la producción en cine y televisión de Corea del Sur comenzó a
tornarse crecientemente destacable alcanzando la paridad no solamente con otras
potencias en este terreno de Asia (Japón, China o la India) sino con Europa,
con los países más prolíficos de América Latina, con Canadá y con Oceanía; al mismo tiempo,
junto con todo lo que se genera en esas diversas latitudes, Corea del Sur participa
del conjunto que empieza a pisarle los talones a los EEUU de Washington.
Series
surcoreanas como Está bien no estar bien, Saimdang, memoir of colours,
Mi vida incompleta o Mi señor se ubican entre las mejores
producciones del planeta en décadas.
Así
que la serie El juego del calamar no es un logro aislado, inédito o
circunstancial de Corea del Sur sino una realización que forma parte de un plan
de desarrollo que ese país se ha propuesto para llegar a lo más alto en esta
industria y, sobre todo, en estas artes.
Las mejores
realizaciones surcoreanas se destacan por la creatividad, la estética, la
profundidad, la sutileza, libros y guiones, dirección, cámaras y actuaciones.
Todo tiende a lo sobresaliente. No cabe idealizar ya que también, como suele
acontecer, cuenta con producciones mediocres o poco originales, pero que, como
en todas partes, constituyen la hojarasca sobre la que se eleva lo sublime.
Desde
ya, El juego del calamar destaca por su dirección, su estética deslumbrante
y actuaciones descollantes de un elenco con intérpretes ya consagrados, algunas
y algunos, si no todas y todos, a la altura de las mejores y los mejores del
planeta.
No
voy a hacer ninguna sinopsis por dos razones:
- una,
para no provocar en la eventual lectora o eventual lector de este artículo el
disgusto por revelarle lo que quiere conocer de primera mano,
- dos,
porque abundan ya en portales y sitios especializados resúmenes, descripciones
y hasta revelaciones que atentan contra la intriga o el misterio que la serie
contiene.
En
este artículo voy a intentar desentrañar lo que está en juego, latentemente, en
esta serie y, en lo posible, proponer algunas hipótesis que den cuenta del
impacto que produjo, de la atracción en la numerosa audiencia.
Dando
un rodeo que considero oportuno y pertinente, comienzo por algunas precisiones
que sirvan para encuadrar:
- Corea
del Sur es hoy la undécima potencia mundial, por lo cual buscar semejanzas y
diferencias con la Argentina es un intento fallido cuando no una conducta
tendenciosa, falaz, por la cual se incurre en comparaciones enojosas y
engañosas, comparaciones por las cuales se pretende renegar
(psicoanalíticamente hablando) de que mientras el país oriental está en la
cúspide el nuestro se halla en plena decadencia, una decadencia que hasta
asusta porque parece irreversible,
- En
relación con lo antedicho, la pobreza en Corea del Sur, 14% (contra el 41% que
se difunde sobre bases no confiables de la Argentina, un 41% que se queda corto)
es, más allá de los respectivos porcentajes, una pobreza cualitativamente
distinta (por empezar, no hay hambre ni villas ni favelas ni guasmos ni desprotección
extrema de niñas y niños, etc.),
- En
Corea del Sur el sentimiento de pertenencia nacional no sólo se da en la
población sino también, acendradamente, en sus gobernantes, dirigencias,
empresarios, sindicatos, movimiento estudiantil, mientras acá entre quienes
ocupan posiciones líderes en todos los ámbitos prima no sólo el desprecio o
desvalorización de lo popular sino de lo nacional, de la nación,
Si
se reduce, como se acostumbra hacer, a la formación socioeconómica,
efectivamente Corea del Sur es un país capitalista, pero esto es una
simplificación dado que no hay ninguna nación equivalente o idéntica a otra,
aunque se comparta dicha formación socioeconómica; este país asiático
instrumenta el capitalismo, no se resigna a tal régimen ni se agota en él,
tanto más cuanto pesan enormemente su historia, sus tradiciones, su particular
enfoque de la libertad y los derechos, su cultura,
- Corea
del Sur ha pasado por largos períodos de ocupación por parte de potencias
extranjeras (Japón, China, Rusia, Francia, Gran Bretaña, EEUU de Washington,
etc. e incluso soportó intromisiones militares simultáneas, una guerra
calamitosa y sanguinaria en el marco de la flamante Guerra Fría por entonces y
hoy vive bajo el “control” de los EEUU de Washington y las amenazas de China,
Rusia y Japón, sin ir más lejos); de tanto intervencionismo extranjero se
repuso con una dignidad admirable.
Quede
claro que lo antedicho no es una puesta en palabras de una suerte de
idealización de Corea del Sur, país en el que también hay desigualdad e
injusticia, sino que se trata de un esfuerzo de objetivación con el fin de
tener la mayor claridad posible acerca de la procedencia de la serie hoy tan
resonante y también respecto de que hablamos de un país que se ubica a
distancia sideral del nuestro, así como en una posición muy alejada de los
hermanos países latinoamericanos y africanos.
Un
argumento al que se apela para ejemplificar el estrago que estaría causando en
Corea del Sur su régimen socioeconómico es el de la alta tasa de suicidios. El
suicidio, como cualquier otro comportamiento o dato desolador, no se puede
considerar aisladamente respecto de una cultura en su totalidad. En Corea del
Sur la magnitud que alcanza en la inmensa mayoría de sus nativos el Superyó,
particularmente en su función de “conciencia moral”, es determinante para que
se dé esa tasa: el que se considera perdedor se percibe como alguien que se
comportó cobarde o deshonrosamente en el combate. Justamente, el suicidio, el
tipo de suicidio, de uno de los coprotagonistas hacia el final de la serie
constata este aserto.
Sobre
la serie El juego del calamar
Todo
tiende a indicar que el atractivo espontáneo e inicial de la serie, “el gancho”
o el anzuelo, se encuentra en la conjunción de su título con sus afiches o
fotogramas en los cuales se destaca la estética, especialmente la del
vestuario. Luego, las recomendaciones o el boca a boca aludiendo al relato, la
trama y la tensión dramática contribuyeron determinantemente al éxito y alcance
logrados, éxito y alcance todavía en curso.
Como
es obvio el título es lúdico, pero esta obviedad deja de
ser redundante si se considera cómo se articulan los vocablos clave “juego” y
“calamar”.
No
se trata de cualquier juego, sino del juego del calamar lo cual genera intriga:
para los surcoreanos, según cuenta la serie, es conocido y muy practicado en la
infancia, pero aun así despierta para ellos el interrogante acerca de qué se
tratará en este caso, por qué una serie se ocupa de un entretenimiento
popularizado; para quienes pertenecemos a otras latitudes se trata de
responderse a la pregunta “¿de qué se tratará este juego?”.
Que
un título contenga intriga o misterio genera impacto.
Ahora
bien, dando un giro a la espiral, el título anticipa que a la serie hay que considerarla
como un juego; nos está diciendo que verla es participar de una experiencia
lúdica y, por lo tanto, no se trata de tomar en serio, con toda la carga
dramática que supone, su contenido.
La
combinación con la palabra “calamar” subraya lo antedicho ya que este molusco
se asocia, por quienes lo conocen, con lo simpático, la inocencia y, además,
con lo rico (muy especialmente, en su versión “rabas”).
De
tal manera, es un título que conjuga lo lúdico, la intriga, la simpatía y lo
goloso.
La
estética es otro pilar de la serie y se manifiesta
fundamentalmente en los escenarios intensamente cromáticos y los vestuarios
vistosos.
Más
allá de lo dicho al principio acerca de que carece de originalidad en lo
referente a la temática y lo narrativo, a la vez es cierto que cuenta con
sobrada tensión dramática dada la índole de los juegos y lo que se pone en
juego, la incertidumbre respecto de en qué consistirán y cuáles serán los
desenlaces y las formidables actuaciones.
Tiene
un ritmo ágil, contiene secuencias atractivas, incluye intriga y misterio, y si
bien su final no desconcierta, tampoco es necesariamente previsible, es
relativamente sorprendente y queda abierto, dejando el interrogante acerca de
si está en carpeta una segunda temporada (el director, Hwang Dong-hyuk dejó
entrever en entrevistas que es posible).
Gran
parte de las problemáticas que actualmente cobran vigencia o pasan a ocupar
lugares de la mayor consideración están presentes: la competencia desaforada y
desleal, la lucha de los carenciados contra carenciados o de “perdedores”
contra “perdedores”, la desigualdad extrema de poder y de riqueza, la violencia
de género, el endeudamiento a nivel micro (de personas y de familias).
Pareciera
que para los realizadores éste último fuese el tema que les interesa subrayar
ya que hacia el final señalan que ese tipo de endeudamiento prácticamente
empata con el PBI surcoreano.
Creo,
sin embargo, que quedarse con las explicaciones que simplifican ciñéndose a los
males intrínsecos al capitalismo, incluyendo tal índole de endeudamiento atroz,
es conformarse con poco y caer en lo trillado.
Finalmente,
el capitalismo, deviniendo hoy lacra y lastre, no inventó las competencias
feroces en las cuales se trata de vivir o morir, de subsistir o matar. En las
antiguas Olimpíadas las luchas cuerpo a cuerpo eran a muerte y ésta era causada
de una manera salvaje; lo mismo vale para el circo romano y las peleas entre
gladiadores, los torneos medievales o, incluso, en nuestro continente, las
acciones devastadoras o inhumanas que llevaban a cabo contra poblaciones
originarias enteras los grandes imperios, particularmente el azteca. En la
antigüedad remota helena se creía en la esfinge de Tebas, la cual devoraba a
los viajeros que no adivinaban las respuestas de sus acertijos (Edipo dio con
ellas y salvó su vida, causando, según una de las tantas versiones, el suicidio
del monstruo).
Más
acá en el tiempo hay que sumar a los duelos y tantas versiones sanguinarias de
enfrentamientos “competitivos” sin olvidar cómo se complacían o complacen en el
culto de la muerte el nazismo, el fascismo, el franquismo, el estalinismo, el
supremacismo blanco de los EEUU de Washington, las intervenciones todavía
corrientes de las grandes potencias en países colonizados, los
fundamentalismos, así como las dictaduras cívico militares genocidas de nuestra
latitud.
Además,
tantas y tantos migrantes desesperadas y desesperados por llegar a Europa o a
los EEUU de Washington participan de su propio “juego del calamar”: ¿quiénes
lograrán llegar a la meta luego de cruzar en forma precaria el Mediterráneo o
quiénes podrán poner un pie en el país del Norte de América, luego de largas
travesías, de vadear arriesgando su vida el río Bravo o sortear la sanguinaria
represión de parapoliciales y policías al servicio del supremacismo blanco
yanqui?
En
otro plano, infinidad de videojuegos atrapan constantemente a niños, niñas,
adolescentes y adultos con su trama en la que los personajes deben alcanzar sus
metas jugándose la vida y, en el intento, “muchas vidas” se pierden. Esto
último debería tenerse en cuenta cuando inquisidoras e inquisidores cuestionan
el efecto deletéreo que la serie surcoreana produce en infantes, infantes que
ya están entrenadas y entrenados a jugar, ficcionalmente, a la vida o la muerte
con su “play station”.
Independientemente
de las intenciones de autores y realizadores de la serie El juego del
calamar, considero que la perspectiva con que hay que afrontarla va más
allá de un concreto período histórico y de las brutales limitaciones de una
formación socioeconómica basada en la explotación de pocos humanos sobre
grandes masas.
Tampoco
cabe el reduccionismo a los instintos o a lo pulsional. Según el semiólogo
francés Christian Metz, Freud desarrolla su producción en dos registros o
discursos: el económico, basado en lo pulsional, y el simbólico.
De
ceñirme a ambos opto, como Metz, por el último. Pero me permito dar un paso más
y avanzar en el camino abierto por Politzer, Bion, Pichon Rivière y Bleger: el
de la dramática, la dramática humana obviamente.
El
gran aporte de Freud, insuperable y descomunal aporte, se basa en haber
formulado una relación constitutiva, la interacción entre lo inconsciente/ el
inconsciente y la conciencia, según mi interpretación; esa interacción es el
cimiento sobre el cual se edificó toda esa creación desbordante y riquísima que
es el Psicoanálisis, ruptura epistemológica mediante, cardinal fundador de la
Psicología como ciencia con ramificaciones que se propagan en todo el
territorio de las Ciencias de lo Humano.
Al
mismo tiempo sostengo que lo instintivo o lo pulsional es una apelación a lo
exógeno, a la búsqueda de causas de los comportamientos humanos que parten de
lo que está por fuera de lo humano. Casi todo el edificio del Psicoanálisis,
versión de su creador, se basa en el enfoque endógeno por el cual las
determinaciones se descubren o formulan en función de lo intrínsecamente
humano, de lo inherentemente humano: dicho de otro modo, de acuerdo a lo que es
propio y sólo propio de lo humano.
De
tal manera, no abordo el análisis que acá me propongo de la serie surcoreana ni
sobre la base de lo que genera una formación socioeconómica, el capitalismo, ni
sobre la base de lo instintual o la lucha entre la pulsión de vida y la pulsión
de muerte o las lecturas simplistas del Eros y el Tánatos.
Manifiesto
enfáticamente que no procuro dejar al capitalismo a salvo; lo que aplico es un
enfoque que, ajustándose a los requisitos epistemológicos, dé cuenta de la
serie surcoreana basándose en que lo que trata es propio de la dramática
humana, más allá de una particular formación socioeconómica. En todo caso, el
capitalismo aportará a los juegos “a vida o muerte” ingredientes de su cuño,
pero insuficientes para responder en profundidad al interrogante en torno al
porqué de tales juegos, de su repercusión y, en particular, de la resonancia
lograda por la serie surcoreana.
Qué se juega en la
serie El juego del calamar
Dos
ángulos para dar respuesta a la pregunta de este subtítulo.
El
primer ángulo se refiere a algo ya adelantado en este
artículo: Corea del Sur apuesta a alcanzar posiciones de liderazgo a nivel del
planeta en películas y series. Por cierto, lo está logrando y las plataformas
de mayor penetración corroboran tal afirmación.
Éste
es el ángulo que corresponde a lo exterior a la serie, a
su alcance masivo, su penetración y su éxito. Es como si en este éxito la serie
hubiera concretado la salida airosa de su propio “juego del calamar”, ése en el
cual miles de producciones a diario en el planeta procuran llegar a la meta
salvando infinidad de obstáculos, máxime cuando no se cuenta con la descomunal
maquinaria de propaganda de la que disponen los yanquis.
El
otro ángulo corresponde a la interioridad de esta realización y
bucea en búsqueda de las claves de esta realización y de su impacto en vastas
audiencias.
Esas
claves no se encuentran meramente en considerar a la formación socioeconómica
capitalista, hoy tan agónica como devastadora, ni tampoco en la pulsión de
muerte, en el Tánatos o en la entropía derrotando a la pulsión de vida, al Eros
o al equilibrio termodinámico. Éstas serían fuentes exógenas que carecen del
requisito de la especificidad o de la singularidad endógena, requisito según el
cual la explicación de un fenómeno debe ser aplicable a tal fenómeno y sólo a
tal fenómeno. Esas fuentes exógenas pueden aplicarse a infinidad de eventos,
homogeneizándolos y, descuidando, por lo tanto, la heterogeneidad y la
singularidad.
Si
lo que centralmente se juega en El juego del calamar es relativamente
atemporal o trasciende los límites de un período histórico determinado y de una
formación socioeconómica concreta, tenemos que buscar qué es propio y
hasta constitutivo de lo humano.
Por
supuesto, qué es propio y hasta constitutivo de lo humano reflejado en la
serie, ya que en nuestra especie se da mucho más, también propio y
constitutivo, que lo que la serie exhibe.
Al
respecto, vale señalar que la serie no incluye de manera protagónica, no tiene
por qué hacerlo, lo que existe fuera de ella, un “fuera de ella” en la cual se
da la solidaridad, la lucha política, la producción de conocimiento y de arte,
etc. No obstante, hay alusiones a ese “fuera de ella”, algunas elocuentes, en
las que se percibe que gran parte de la sociedad coreana, la gran parte, ama,
trabaja, convive, construye futuro o, también, padece, lucha, todo de una
manera que no es idéntica a lo que la serie enfoca. Esto último vale para Corea
como para cualquier latitud.
En
la frase “no es idéntica” estoy dejando entrever que allí se encuentran los
intersticios y los espacios, que debidamente interpretados, pueden ser
aprovechados para generar las condiciones sociopolíticas, las alteraciones en
la “correlación de fuerzas” o en las relaciones de poder, para dar con la
génesis de la transformación deseable.
Una
de las calamidades que afrontamos es la del despliegue de sofistas que abruman
a diario, siempre combinando arrogancia con superficialidad, acerca de las
tendencias imperantes hasta absolutizarse acerca de la etapa histórica que nos
toca vivir: así tenemos lo que hablan de que vivimos la era de la
posmodernidad, o de la modernidad líquida, o de la encerrona en las garras de
los medios masivos de comunicación o las redes virtuales, o del fin de la
historia y de las ideologías o del imperio de lo efímero o, por supuesto, de la
omnipotencia del capitalismo.
Tales
corrientes sofistas y sus voceros, entre los cuales se incluye precisamente un
surcoreano, Han, desconocen la complejidad de lo humano, la vastedad de lo que
abarca, la heterogeneidad de comportamientos sociopolíticos y de culturas, y,
también, lo cual es muy grave, que la inmensa mayoría de la población del
planeta sufre hambre, miseria, guerras desastrosas, intervencionismo e
intromisión, injusticia en todos los órdenes de la vida y que, por lo tanto,
está muy lejos de ser alcanzada por la artificiosa y falaz “posmodernidad”.
Quienes así predican sirven, objetivamente, a los intereses de las potencias y
corporaciones dominantes, poniendo su mirada sobre los concentradores de poder
e ignorando a los pueblos; más allá de sus intenciones conscientes, se
comportan como mercenarios del imperialismo.
En
su célebre tesis XI sobre Feuerbach, Marx afirma: “los filósofos no han hecho
más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata
es de transformarlo”. Todos esos predicadores a los que me refiero
siguen las huellas de los filósofos de los que habla Marx y, por lo tanto,
solamente interpretan (y para más, mal) en lugar de proponerse y proponer la
lucha política que conduzca a la transformación.
Entonces
veamos: ¿qué es lo que atraviesa la historia de la humanidad más allá de las
eras, de los períodos o de las formaciones socioeconómicas y que, de una
particular manera, la serie surcoreana pone en escena?
El
despotismo, tan camaleónico como para adoptar distintos
ropajes y apariencias en distintas circunstancias históricas, es la
configuración que tiende a perpetuarse y aquí encontramos la clave por
excelencia a partir de la cual descifrar qué se juega en la serie surcoreana.
Pero
para no incurrir en lo mismo que arriba descalifico, advierto que el despotismo
-y los despotismos- tiene en el pueblo -y en los pueblos- a su enemigo.
Parafraseando
a Marx y, simultáneamente diferenciándome de él, postulo que la Historia es
la historia de la lucha de los pueblos contra los despotismos.
La
serie surcoreana muestra una de las versiones, en este caso alegórica y
obviamente ficcional, del despotismo.
En
la serie, sus realizadores, nos muestran como al pasar, en una breve secuencia
casi resumida en un fotograma, la portada de un texto del psiquiatra y teólogo
laico francés Jacques Lacan, otro que integra el ejército de predicadores
sofistas.
La
referencia clave de esa secuencia alude al “deseo” informándonos, quizá, que la
serie reflejaría la concepción lacaniana de tal noción (noción cuando se trata
de Lacan, noción vaga y filosófica; concepto cuando la fuente es Freud y
concepto cuando a través de mi creación, el Método Vincular, se busca hacer del
“Deseo” una premisa teórica epistemológicamente fundada, una formulación
científica).
Lacan,
basándose en Hegel (o copiando de éste) sentencia aquello de que “el deseo es
el deseo del Otro”.
De
acuerdo a mi conceptualización del Deseo, según el Método Vincular, el mismo es
interaccional: el Deseo resulta de la articulación entre
el deseante y lo deseable, así como, a la par, de lo deseable y el deseante. No
hay deseo sin deseante y deseable o deseable y deseante articulándose,
planteado de modo tal que ambos términos son siempre intercambiables y siempre
se superponen o concurren.
En
el despotismo se procura que uno de los actores, interactuantes, niegue al otro
la condición de deseante y deseable.
Asimismo,
planteada tal premisa, defino al Deseo como la articulación entre:
- La vivencia de plenitud o, lo que es lo mismo, la imagen ideal de sí.
- La percepción de dominio sobre los otros y sobre lo otro, el poder.
Resumiendo,
el Deseo conjuga imagen ideal de sí con poder.
En
el despotismo la interacción se da de tal manera que un término, el déspota,
aspira a concretar, de modo excluyente, la imagen ideal de sí con la posición
de concentración absolutista de poder. Al mismo tiempo, niega al otro, a los
otros y a lo Otro toda posibilidad, ni siquiera de aspirar, a tal concreción.
La
condición inexorable y determinante para que el despotismo, a través del agente
despótico (o del grupo despótico o del déspota a secas), aspire a concretar
su deseo es el encierro endogámico.
En
el despotismo la regla constitutiva es que todo se debe dar dentro de un cerco
determinado y que queda vedada toda vinculación con lo exterior, con lo
exogámico, con la posibilidad de desarrollar lazos de alguna índole que estén
por fuera de tal marco. Si por alguna razón se torna inevitable el contacto con
el exterior, el despotismo filtrará de manera que en tal contacto sólo se
perciba lo compatible con él.
De
tal manera, el despotismo es la versión extrema de lo que, como uno de los
cimientos del edificio teórico del Método Vincular, denomino Primarización
(para lo cual remito a mi libro Método Vincular. El Valor de la Estrategia,
Eds. Cooperativas de Bs. As., 2002 y a artículos publicados en medios
especializados y en rubenrojasbreu.blogspot.com).
Toda
la serie, salvo algunos atisbos que hay que detectar con una mirada minuciosa,
ambiciosa del detalle o de lo sutil, transcurre dentro de los límites de la
Primarización y contiene los cuatro Posicionamientos Vinculares que se ubican
en la misma: el Dominancial y el Hedonista, distribuido entre los agentes
despóticos o déspota, y el Mágico y el Doméstico, repartidos entre los
participantes, sometidos, y también sus entornos de origen hasta donde éstos
son incluidos.
El
Dominancial y el Hedonista privilegian la dimensión Significante o
instituyente: fundan, imponen, observándose la primacía del primero desde el
principio al final de la serie y aludiéndose al segundo, particularmente en la
lascivia y el intento de consumación erótica por parte de uno de los
espectadores, el magnate atraído por el joven policía infiltrado.
El
Mágico y el Doméstico, los cuales privilegian la dimensión Significado, se manifiestan,
sobre todo, entre los participantes sometidos: la vinculación con lo
supuestamente lúdico que resolvería milagrosamente sus carencias el primero y
en la búsqueda de protección, los intentos de huida para preservar el valor de
la Vida el Doméstico, notorio también, al menos, en la inclusión del hogar o
los hogares del protagonista.
Ahora
bien, aun cuando todo lo antedicho tiene sustento y habré de mantenerlo, debo
hacer una revisión o, mejor expresado, un cambio de enfoque.
En
todos los relatos, el final es estructurante: es desde el remate
de una pieza (novela, cuento, filme o serie) que le encontramos el sentido más
pleno a la obra en cuestión.
El final
de El juego del calamar tiene dos tiempos:
- el primer
tiempo, consiste en cómo el protagonista se desentiende, rechaza, el premio
consistente en más de cuarenta millones de dólares. Es decir, el dinero por el
cual él, y todos los participantes, parece que fueran atraídos es desechado en
una primera y trascendental instancia.
Tal
dato confirma lo que defino como Deseo: la articulación entre imagen ideal de
sí y poder. Llegar al éxito significa para el protagonista haber alcanzado su
imagen ideal y sentirse dominante, incluso sobre quienes diseñaron y
patrocinaron el juego (todo representado en la prolongada secuencia entre el
organizador de la competencia y el protagonista).
- el
segundo tiempo, el remate como tal, supone que finalmente el protagonista se
hace del dinero, se propone salir de viaje hasta que se entera de un modo
pretendidamente casual que el juego se reeditará y, volviendo sobre sus pasos
se dirige con destino desconocido, aunque se podría presumir que lo anima impedir
la probable competencia que él ya había experimentado.
En
el rechazo al dinero puede suponerse que pesó su conciencia moral, afectada
notoriamente, porque el premio fue a costa de la muerte de sus competidores y,
muy particularmente, de su antiguo compañero o amigo. Sin desconocer esta
motivación, no obstante, el logro del Deseo consiste en lo ya dicho:
conjugación de imagen ideal y poder.
De
tal manera, lo que se juega en la serie surcoreana es:
- por una
parte, cómo se configura y cómo opera el despotismo, dejándose en claro que
finalmente es impersonal, más allá de que se expresa a través de grupos, castas,
élites o personas que hacen las veces de agentes despóticos,
- por otra
parte, cómo se lo afronta por parte de los tiranizados.
La
serie surcoreana respecto de esta última cuestión transcurre mostrando cómo los
sometidos, a través de variados comportamientos, aceptan el régimen despótico.
Lo
que no pone “en juego” la serie es que, al despotismo en
todas sus variantes, a los regímenes despóticos, se lo enfrenta con la Política:
con la conducción, la organización, la estrategia y la acción políticas.
Hasta
deja suponer de acuerdo al final que quizá, si hay una nueva temporada, el
protagonista salga a enfrentar a los organizadores de la competencia con una suerte
de cruzada personal, a la manera del héroe, desconociendo aquella sentencia de
Oesterheld por la cual el héroe es el grupo, el héroe es un colectivo
políticamente organizado (y no esos cachivaches concebidos como superhéroes por
la maquinaria de propaganda estrambótica yanqui).
Cabe
la hipótesis de que la atracción generada por la serie se basa,
fundamentalmente, en cómo describe en clave dramática el despotismo, hoy
imperante en todo el planeta en las más variadas versiones, cubriendo un
amplísimo espectro y, a menudo, camuflándose con ropajes que hacen suponer que en
distintos países se vive en democracia.
Espectadoras
y espectadores perciben que sus propias vivencias de lo despótico, incluyendo la
desesperanza, el sentimiento de la “sin salida”, están dramáticamente descritas
en la serie.
Conclusión
La
serie surcoreana no pretende, ni tiene por qué hacerlo, ir más allá de la
descripción, una descripción que, como tal, inexorablemente confirma al
despotismo ya que:
Esto
último no implica que juzgue yo a la serie por su proclividad al fatalismo y por
omitir a la Política: es una serie y, como cualquier tipo de narración, no
tiene por qué cumplir con un mandato.
Pero
sí quiero señalar que para espectadoras y espectadores se abren dos opciones:
- una,
aceptar mansamente que el despotismo es invencible, con lo cual obviamente se
lo fortalece,
- otra,
la de asumir la conducción, organización y acción política, tomando a la serie
como un interesante disparador.
Rubén
Rojas Breu
Octubre
22 de 2021